
ÁFRICA
Edén escarnecido, África nos observa.
Se asoma al mar común y nos implora
con los ojos abiertos de forma pavorosa.
Sus ojos de basalto y ceremonia,
dos retablos de sangre seca y negra,
donde lleva a sus hijos inmolados
grabados a cuchillo, todavía cautivos.
África, coronada de ébano y diamantes,
soberana del viento y las estrellas,
donde relampaguean,
feroz cristalería en medio del desierto,
palacios de agua, cal y cantos a Alá,
que se enrama y florece en altísimas torres.
Nostalgia del rumor de las fuentes, de los ríos
cifrados de luceros, perdidos y lejanos,
cuyo frescor se extiende por la arena caliente
como un rumor de seda trasnochada.
Tierra del espejismo y los prodigios,
de dátiles y oscuros manantiales,
de leche, miel y hombres orgullosos,
despojada de todas sus riquezas,
profanada por todos sus amantes,
dolor en hueso vivo. ¡Ay, África, la bella!,
de seda azul y fábulas a la orilla del mar,
con las manos cortadas y las venas abiertas.
¿Adónde fueron a parar tus noches
de leyenda y dulce melopea,
flautas y danzarinas voluptuosas,
el té y los versos bajo las palmeras?
Continente de fuego y de desdicha,
donde se halla la montaña más alta
del horror y la abyección humana.
Patria de la desolación y los cadáveres,
hermosa tierra de fieras y hambre
sin compasión ni pan, mares de arena
plagados de feroces tiburones.
Descolgada del cuadro de la vida
por los dioses infames que han roto su contrato,
África nos observa con sus ojos terribles
de reina violada, en los que brillan
la muerte y la vergüenza. Dos negras cucarachas,
dos heridas de fuego dilatadas,
dos gangrenas que han visto tanto espanto
nos emplazan, más allá de la aurora
y de los arrecifes de luces engañosas.
Su única esperanza la ha cifrado
en el mar y su inmensa promesa de fortuna:
la senda de la gloria de Alejandro,
travesía de luz y de tinieblas
donde se perdió Ulises, acosado
por monstruos, tempestades y celestiales cantos,
buscando la utopía; nocturna encrucijada
de épicas batallas, en la que se encontraron
Antíoco y los romanos; de donde partió César,
coronado de sangre, a la conquista,
en el que Solimán derrotó a Carlos,
con los grandes imperios que mandaba,
y Simbad cabalgó todas las aguas.
El mar de la aventura y los tesoros,
todo espuma y abismo,
en cuya orilla norte se encuentra el paraíso.
Nunca el mar fue soñado con mayor inocencia
ni esperanza tan grande como África lo sueña.
(Del libro Terrenal y marina)
Elvira Daudet- España
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