29 de mayo de 2011

POEMA DE Nicolás Prividera





POEMA

He visto
a las cabezas más brillantes de mi generación
destruidas por la estupidez.
Jóvenes repitiendo viejos
gestos frívolos, entregados
al mercado como antes a la expulsión
de los mercaderes, en tiempos en que los poetas profesan
la pasión por la indiferencia
a cambio de un lugar en la Academia,
voceando espejos de colores, usando la palabra
justa
solo para recibir un premio municipal o
el retiro anticipado. Hijos desencantados
que visten el nombre de su padre
desaparecido
en las mazmorras, abatido
por una pastilla de cianuro, invocado
en el neón de un resto
en Palermo, en las únicas cartas que sobrevivieron,
nombrando entradas agridulces y vinos
importados. Hijos
de la democracia respirando
pegamento, inyectándose odio, fumándose todo
lo que puedan meter en un caño, para olvidar aquello
de que con las urnas se come,
se cura, se educa, se entierra,
repitiendo grados,
uniformes, historias y almuerzos
desnudos, en el mismo charco de barro
en que los parió la Patria, basural
de un cuadro de Berni que nunca verán
en el Malba porque los echarían a patadas,
si se acercaran a menos de cien metros con su rancio olor a sur,
paredón y después. He visto
almas bellas encrespadas ante cuerpos crudos
que recuerdan el olvido, y tapando
el sol embisten
contra las ventanillas polarizadas, residuo inextinguible
de las décadas perdidas. He visto economistas
que proscriben la rabia y asientan barros
cerrados sobre los huesos de los muertos. He visto
a los que se enriquecieron vendiendo a sus madres,
bautizar con sus nombres las crucificadas calles
de Madero. He visto a respetables jefes
de familia comulgando
con torturadores confesos, inquisidores templados,
asesinos reservados, y otros rutinarios defensores
de nuestro modo de vida
occidental y cristiano. He visto
a los mismos intelectuales inorgánicos
que velaban armas, velando
por el sueño de los que velaron
el sueño. He visto repetidos
fachos de salón clamando por la perdida paz
de los cementerios, pidiendo
mano dura, pija dura, reventarlos-a-todos
para estar por fin seguros
de que tampoco estos van a seguir
jodiendo. He visto
a bravíos partidarios que ayer
llamaban a las armas, a diestra y siniestra
del Padre, hoy empuñando sus incisivos
cubiertos, almorzando con Mirtha Legrand, sobándose
entre entradas y postres impasibles. He visto
a las viejas cabezas de su generación saltar
sobre cadáveres insepultos, lamentándose
por haber perdido el pelo
y algunas mañas. He visto
como un celebrado poeta (ya no) militante,
ayudado por su nombre encontró a su apropiada
sangre, la de aquellos que lo perdieron
todo (hasta su nombre). Me pregunto
¿qué pensaría aquel militante, poeta
él, que antes luchaba (más allá del lenguaje)
por los sin voz. ¿Cuál de los dos
era el equivocado? Tal vez
ambos: el ayer militante, el poeta siempre. Pero
usar versos para mover
influencias es peor que llamar
a las armas para agitar
conciencias, ya que
la conciencia es lo último
en perderse (aún
la de aquellos que hasta perdiendo
todo no han perdido
su nombre). He visto ayer
revolucionarios hoy transigentes
empresarios exitosos, asesores sin imagen,
cagadores de alto vuelo. He visto
viejos resistentes que prefieren conservar
la foto del General junto a una vela
antes de quedarse sin santos. Viejos caudillos urdiendo
sus intrigas palaciegas, denunciando infiltraciones
de los traidores de siempre, para después arrojar
sobre la mesa a sus propios muertos
(y los muertos que vos matáis gozarían
de buena salud, si pudieran levantarse
cada vez que los invocan sus verdugos).
El menemismo fue como la polio:
al que no lo mató lo dejo paralizado. He visto
reputados intelectuales alabando
las mismas tristes operetas que ayer
(cuando estaban en la Vanguardia, jugando
a la Revolución) detestaban. He visto
escribas con claque, cuyo currículum invoca
el espíritu irredento del pero-ni-ismo
(que hoy solo sirve –a duras penas- para edulcorar
una épica del fracaso, y acaso
aparatear intendencias y cafés literarios), chapeando
patotas en las fuentes y morochos sin abasto
y cándido amor de los arrabales, para conseguir
al menos un puestito desde el que balconear
la viveza populosa del posibilismo. He visto
poetas palermitanos con veleidades plebeyas
fatigando un civilizado barbarismo
por verso, imaginándose malditos
y siendo simplemente malos. He visto
artistas esculpiendo su propia estatua y críticos a sueldo
que convierten en victoria cada derrota. Ayer
apocalípticos, hoy integrados, mercenarios siempre. He visto
combatientes que lucharon por la amabilidad,
sin poder ser piadosos. Ustedes,
los que heredarán el mundo que les dejan
los que a morir empiezan, piensen en ellos
sin indulgencia. No
han sabido, no
han querido, no han sido capaces. De escribir
la historia, hablo. Y no me apuesto afuera. Cada uno elige
su lugar o su excusa. También cada generación. Si todavía
podemos hablar de generaciones
sin que nos tiemble la voz. Hablo
de su generación: ¿En verdad
creyeron que el Padre iba a venir a fundar la Patria
Socialista? ¿O que
le iban a torcer el brazo llenándole la plaza o
tirando el cadáver de su discípulo bienamado
ante su puerta? ¿De verdad creyeron que el Viejo
les iba a entregar su alma en lugar
de legársela a sus enemigos? ¿De verdad
creyeron poder dominar el gran cuerpo
peronista
inyectándole su propia sangre? Ay, ay, ay,
que lindo que va a ser
el Museo de la Memoria en el Sheraton Hotel.
No hay que contar el fracaso
de la Historia, sino la historia
de ese Fracaso: Dicen
que hay que matar a los padres
pero si otros lo hacen por nosotros
(aboliendo la metáfora y dejándonos
desnudos
y literales) ya solo nos queda
la eterna errancia. El fuego aquel
de Prometeo se ha extinguido,
pero el buitre aún sigue
picoteándole las entrañas: la Historia
continuará sin fin. ¿Pero cómo poder ser, otra vez,
algo más que el pálido fuego
fatuo que nos consume? Ni la negación
ni la identificación: caminos sin retorno ¿Cómo
encontrar entonces la hendidura
de esa subjetividad doliente? Es claro
que solo devolviéndole a la experiencia (histórica)
su sentido (político) podemos
salir
de esa encrucijada. Hablo
a mi generación: Los que perdieron
sus certezas, junto con sus padres (modernos:
aquellos que perdimos el Sujeto
Trascendente, la tragedia
fue tener un gran pasado por delante.) Atrapados
entre dos fuegos: el ayer inhabitable (los compañeros paternos
que sobrevivieron para convertirse en guardianes
o verdugos de su propio pasado) y el de nuestros propios compañeros
(sobrevivientes que no saben que son
sobrevivientes, porque nadie supo contarles –como alguna vez
sospecharon- que hubo otro país antes
de este: oscuro y cotidiano
como una tumba). No podemos mirar
sin vaga nostalgia un pasado irreal
que (no) nos pertenece, ni mirar sin
decepción
un presente que heredamos
con disgusto. Como si nos hubieran dejado
solos, con fantasmas que no son
solo nuestros. Heredamos
sus deudas y no sus compromisos. Y entonces los sentimos
ambiguamente nuestros (queremos poder
entenderlos y despedirlos. Y no sé que sería
más difícil), porque solo pudimos hacerlos nuestros
poniéndoles el cuerpo, dándoles
nuestra breve carne y nuestra ligera voz. Y entonces ya
no oímos la nuestra, o no quisimos reconocernos
en ese habla mestizada con la lengua
de los sicarios. Y entonces balbuceamos,
buscando el sonido
más elemental, más cercano
al núcleo que escarbamos. Pero solo
logramos recuperar un cuerpo
disgregado y nuestro. Y
esos esfuerzos, esos pasos torpes que dimos
hacia ellos, ¿no estaban, desde siempre,
condenados al fracaso, no nos hablaban
del fracaso? Porque ¿cómo hablar de nosotros
sin hablar por ellos? (Para los forenses es fácil
hacer hablar a los cuerpos: solo buscan
una identidad. Nosotros
nos identificamos con eso
que no podemos recuperar, con la piel
más que con los huesos, con todo
lo que no entra en una tumba, por más
fechas y nombres que pudiéramos -ay, si pudiéramos-. Solo
nos queda avanzar palmo a palmo,
palabra por palabra,
reconstruyendo este lenguaje
viciado de frases deshechas, de horrores comunes.
Caminar recogiendo uñas y dientes,
pelos y señales. Compartir
el pan y el vino, el alma y el cuerpo. Y reírnos
en la noche, con las caras apenas
iluminadas por los últimos
fuegos,
como un alegre fantasma
del porvenir.


"si Hamlet duda le daremos muerte"
editada por Libros de la Talita Dorada



Nicolás Prividera- Argentina


(M). Este notable documental que ganará la competición latinoamericana en el último festival de Mar del Plata es, entre otras cosas, una película sobre la voluntad de saber. En primera instancia, saber sobre el paradero de Marta Sierra, madre del realizador Nicolás Prividera, una bióloga que se desempeñaba en el INTA y fuera secuestrada en marzo de 1976. Pero M es mucho más que un drama familiar; se trata de una tragedia personal en un contexto social y político específico, y como tal este lúcido y valiente documental busca una verdad que trasciende la historia del realizador. En efecto, M de mamá, de muerte, de Montoneros, de Memoria. M, el nombre de una película necesaria.
SINOPSIS
Cerca de cumplir los 36 años, la misma edad que tenía su madre cuando fue secuestrada por la última dictadura militar, Nicolás Prividera inicia una investigación para descubrir lo sucedido con su madre, Marta Sierra. Al no encontrar mayores datos sobre su destino ulterior, empieza a indagar en su pasado militante para develar el porque de su desaparición.






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Nicolás Prividera, cineasta, escritor y poeta, nació el 25 de mayo de 1970 en la ciudad de Buenos Aires. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA, Letras, cine y teatro. Dio clases de cine y comunicación, escribió críticas cinematográficas y fue miembro fundador de un grupo teatral en el Centro Cultural Ricardo Rojas. M es su primera película, ganadora del premio a la mejor película Latinoamericana en el Festival de Mar del Plata.


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