
CARTA A UNA MUJER
Usted se acuerda,
usted, claro, de todo se acuerda,
cuando andaba nerviosa
por la estancia
- yo a la pared pegado –
y me reñía
con acerbas palabras.
Decía usted
que había llegado
la hora de separarnos,
que a causa de mis locuras
sufría mucho,
que iba a dedicarse a sus cosas,
y que yo estaba condenado
a rodar por la pendiente.
Querida:
Usted no me amaba.
Ignoraba que entre el gentío
era yo cual caballo espumeante,
espoleado por audaz jinete.
Ignoraba
que entre aquella humareda,
en la fosca tormenta de la vida
sufría yo, sin comprender
lo que se avecinaba.
De cara a cara
no se ve el rostro.
Lo grande se ve a distancia.
Cuando el mar se encrespa,
corren riesgo las naves.
¡Y de pronto
se convirtió la tierra
en una nave!
Alguien
empuñó majestuoso el timón
rumbo a la nueva vida prodigiosa
por entre vendavales y tormentas.
¿Quién no se cayó en la cubierta?
¿Quién no vomitó y no maldijo?
Pocos hubo que no se mareasen,
que venciesen aquel torbellino.
Entonces
entre un clamor salvaje,
sabiendo bien lo que me hacía
bajé a la bodega
para no ver vomitar a la gente.
Aquella bodega
era eso: la taberna.
Yo me entregué al vino
para no padecer pro nadie
y hundirme
en la embriaguez.
Querida:
La hice sufrir, es cierto.
En sus cansados ojos
se asomaba la pena
al ver que yo, ostentosamente,
me consumía en escándalos diarios.
Pero usted ignoraba
que entre aquella humareda,
en la fosca tormenta de la vida,
sufría yo,
sin comprender
lo que se avecinaba…
··············································
Han pasado los años.
Mi edad es ya otra.
Ahora pienso de distinto modo.
Ahora brindo en los días de fiesta
por el gran timonel.
Me embargan hoy
amables sentimientos.
Al recordar su angustia
quiero apresurarme
a decirle
lo que fui antes,
lo que soy ahora.
Querida:
Me complace comunicarle
que no rodé por la pendiente.
Vivo en el Territorio Soviético
como el más entusiasta adherente.
No soy ya
el de antes.
Ahora no la haría sufrir
como entonces.
Tras la bandera de la libertad
y del trabajo luminoso,
estoy dispuesto a ir
al fin del mundo.
Perdóneme…
Sé que usted no es la de ayer.
Ahora vive
con un marido serio, inteligente.
A usted no le hacen falta
nuestros duros quehaceres,
y yo tampoco
le hago la menor falta.
Viva bajo
el signo de su estrella,
bajo su mansión renovada.
La saluda su amigo
que jamás la olvida,
Serguéi Esenin
[Traducción de José Santacreu]
Serguéi Esenin- Rusia
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Serguéi Esenin
(Konstantinovo, 1895 - Leningrado, 1925) Poeta ruso cuya obra en una primera etapa estuvo regida por el simbolismo y el misticismo, alcanzando más adelante una impronta realista y vigorosa para culminar en el pesimismo y el cansancio.
Criado por su abuelo, un anciano ortodoxo de la secta de "los viejos creyentes", estudió en la Universidad de Moscú. Se casó en 1922 con la bailarina norteamericana Isadora Duncan, diecisiete años mayor que él, con la que recorrió Europa durante dos frenéticos años. A finales de 1925, y tras constantes depresiones producidas por su relación de amor-odio con el proceso revolucionario, se suicidó en un hotel de San Petersburgo, no sin antes escribir su último poema utilizando su sangre como tinta. Su suicidio inspiró el conocido A Serguéi Esenin, de V. Maiakovski.
Escribió poesía desde la infancia e irrumpió en los salones literarios prerrevolucionarios de Moscú y San Petersburgo donde fue recibido como un genio iletrado. Aunque se educó leyendo a A. Blok y a A. Pushkin, destacó como poeta místico y original. Formó parte del "grupo de los imaginistas", movimiento nacido a partir de la publicación de Transfiguración (1918), que se abre con Inonia, breve poema que dibuja un paraíso místico.
En 1919 publicó con varios amigos el manifiesto de esta escuela, definida como "poético-formal". La inspiración de Esenin está marcada por la religiosidad místico-simbolista y el medio rural, de donde procedía. Durante la década de 1920 su poesía se vuelve áspera, directa y contiene una mayor variedad técnica, reflejando sus crisis personales.
En el drama en verso Pugachov (1922), describe el inicial atractivo romántico de la revolución de 1917, a la vez que manifiesta su nostalgia por la pérdida de la Rusia en la que se había formado y por la naturaleza en libertad. Esta preocupación se plasma en su famosa composición, La Rusia soviética (1925). En Hombre negro, del mismo año, manifiesta su desesperación y su hastío, como ya había hecho en Moscú tabernario (1924): explica allí en qué se había convertido su vida bohemia, entregado por completo al alcohol. Sus versos de esta época resultan monótonos a fuerza de repetir temas como la desilusión y la muerte que terminan agudizando su desesperación personal.

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