
LA INDIA
Veo un santón untado de ceniza
entonando mantras tendido en el suelo
en la estación de Agra.
Sus piernas huesudas y sus harapos
manchados de gris
recuerdan los restos de una hoguera
recién apagada
que aún crepita a mi lado.
Algunos hombres sentados
con las rodillas a la altura de los hombros
me miran y sonríen con su boca de piano.
Veo los saris de colores
de las mujeres,
veo el polvo rojo
del pelo de las casadas
y el amarillo del de las viudas.
Masco un tabaco granate
que escupo torpemente.
Una mujer me ofrece un caramelo
marrón oscuro.
Sabe ácido, dulce, salado y agrio.
A veces sabe a pepino
y otras a Coca Cola.
Un tren destartalado silva.
Recuerda tiempos de colonos
de lenguas y costumbres extrañas.
La algarabía aumenta.
Todos gritan en hindi
para llamar la atención del extranjero.
Pequeños vendedores ambulantes
se cogen de mi mano
y me ofrecen collares.
Acaricio una pequeña talla de Ghanesa
que un niño me vende
para que me dé suerte.
Es suave y huele a bosque.
Me penetra el olor a sudor
de los vagones
y el del curri.
Todo huele a cúrcuma
en La India.
Y a incienso
y a bidis
y a basura.
Y huele a niño
bebiendo leche.
Y huele a enfermo
y a viejo.
En La India
se mascan
y se huelen,
y se tocan,
y se miran
la vida misma
y la misma muerte.
Sonia San Román- España
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