17 de septiembre de 2011

PRIMAVERA DE GUERRA, AÑO 1944










Primavera de Guerra, Año 1944

Aquí. en este cementerio abandonado en las colinas,
donde cada una de estas cruces viejas es un desafío al infinito
si mis ojos ya devorados por el gusano pudieran contemplar un
relámpago como si fuese un árbol seco que se incendia entre las
nubes de la primavera, o si mi oído pudiese percibir el melodioso
silbido de la sierpe que acecha a la perdiz, o el rumor de las
pezuñas de los desordenados rebaños de cabras que invaden
la quietud, desanudada la violencia de los torrentes de años
y sombras que se petrificaron en mis venas que ya son polvo,
quizás podría despertar de la larga modorra para iniciar
un dialogo con esas voces que se multiplican en la dolorosa
fertilidad del silencio.

Mis labios están aun apegados al pocillo de la hiél y la cicuta.
En la desamparada soledad de este cementerio de guerra,
donde aún no hallan reposo
mis huesos cansados de todas las miserias, cada tumba
es una pobre reliquia olvidada por la historia
El pálido acacio de los mares y el efímero florecer de la maleza
invasora saben de patrióticos discursos farsantes. ¿En que espejo
no terrestre podría contemplar mi verdadero rostro de resurrecto
sin sentir la vergüenza de haber sido un hombre?
La primavera del año 1944 con su polen de luto fecundaba
el árbol bastardo de los frutos de la muerte.
Quizás un día alguien escriba esta historia de la épica infame
como si pretendiera cavar un pozo
en la zona mas inhóspita de un desierto de mitos. Esa primavera
parecía que todos los relojes se habían detenido en las torres.
Las esferas señalaban la hora incierta para llegar a un único limite.
Las fuentes de la leche se estaban agotando en los pezones
de la profanada loba de bronce y en el viento del Norte se
desmoronaban los emblemas dorados de los antiguos emperadores.
Sobre los escombros de las ciudades bombardeadas,
la lenta ondulación del sol parecía el harapo de una basta
bandera desgarrada.

¿Se hicieron óxido de silencio las campanas de la sangre?

¿Hay un ángel que venga a encender en mis cuencas vacías
una antorcha de soles marchitos?
¿Quién derribará la enorme puerta? Ya son pocos los que
pueden recordar a los pobres muertos colgando de los palos
del telégrafo y a los fanáticos rebaños de marionetas que vestían
camisas negras que, con látigos, aceite de ricino y otros
instrumentos de tortura, habían desplazado las imágenes
de los verdaderos héroes y de los santos.
¿Quién puede soplar un cuerno de caza ante la presencia invisible
de los antepasados?
¿Quién en monótona cadencia dialectal puede entonar
las canciones que se cantaban en los días dichosos de las nupcias
y de las vendimias.
Se abrían demasiadas fosas y nacían pocas flores en esa primavera.
Cada hombre trataba de sacarse la máscara ocasional para iniciar
un monólogo con su propia conciencia.
¿Habéis vencido? ¿Quién ha vencido?
Pienso en el manto de tinieblas tejido sobre los huesos
de los héroes anónimos de la resistencia, que cayeron
en las tierras altas donde la pezuña del ciervo inquieto horada
las raíces de las estrellas, allá en las selvas de castaños de Val
Sesia, donde el canto alegre de las alondras es el signo
indiferente de la metamorfosis de la naturaleza.

La sombra crepuscular de la Bella Época era una paloma que
picoteaba una larga espiga quemada, cautiva dentro de una jaula
de odios, o el numero mágico en un reloj que se calcinó en la
memoria de los ancianos.
¿Quien soterró en su propio corazón las reliquias mas veneradas?.
En los caminos que antaño recorrieron los trovadores errantes
o las carretas cargadas con gavillas de arroz o frescas verduras,
estaba la huella infamante de los invasores,
pero aún nosotros no podíamos cantar la gesta de nuestra tierra
liberada, decir al modo gentil de los poetas épicos:
En la roja urna de agua de estos ríos que descienden
de las montañas, yacen los huesos derrotados del bárbaro invasor...
En la terrible vitrina con vidrios empañados que es la historia,
los carniceros condecorados con cruces gamadas
exhibían a modo de crueles trofeos de caza las cabezas
ensangrentadas de los corderos sacrificados en los rituales
de una sádica pasión.
Todo el pasado y todo el presente en las manos de los ladrones,
para nosotros solo la negación de un trozo de pan y el chasquido
humillante de la fusta de nervios de buey alzada
sobre las espaldas, y el constante recuerdo de nuestros muertos.
Ahora en esta soledad sin armonía que es mi sepulcro,
pienso que cualquier rincón del mundo es propicio
para el encuentro del hombre con su muerte.
En cada una de las tumbas de este cementerio la mano calcinante
del tiempo escribió un epitafio con letras invisibles.
¿Florece el árbol de los oráculos en el mudo lamento de los difuntos?
¿Para que seguir recordando, si todas las memorias nacen
de la muerte?

Si alguien llega al borde de mi tumba y sobre la lápida esparce
una flor, debe pensar que ese gesto piadoso es solo el breve
destello de una luz demasiado antigua, que arderá para siempre
en el corazón destruido de un hombre que soñó con la muerte
como con una amante mucho tiempo esperada.
Aquí los días ya no cuentan; los años fueron pasando como un
regimiento de sombras desordenadas,
buscando el territorio inexplorado de una batalla inconclusa.
No importa mi nombre; solo soy un muerto más que monologa
con esa imagen veloz y única que fue el acto final de un drama
anónimo, mientras que la nueva primavera enciende como
pequeñas linternas de soles, que velozmente han de marchitarse.




Enrique Volpe- Chile



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ENRIQUE VOLPE MOSSOTTI (VERCELLI, ITALIA 1938-SANTIAGO,
CHILE 2002)
Nació en Vercelli el 27 de octubre de 1938, en el Piamonte oriental,
Italia. Gran parte de su vida de agricultor transcurrió en tierras
de Aconcagua y Alhué. Fundó en Linares el Grupo Rosa del Maule
en 1957. También formó parte del Grupo Literario Prometeo y fue
cofundador de la Corporación Caballo de Fuego. Ajeno a toda
figuración, este poeta, crítico, dramaturgo y narrador era uno
de los más profundos conocedores de la literatura chilena.
Había recibido el último Premio Alerce de novela por Un capitán
galopa en las fronteras del infierno.
Enrique Volpe falleció el jueves 9 de mayo de 2002, a las 10
de la mañana, en su residencia. Se hallaba solo con su madre
de ochenta y siete años de edad.
Lo fulminó un coma diabético seguido de un paro cardíaco.
A sus costados, como al alcance de las manos, un par de pistolas.
La noche anterior había estado hablando con nuestros
colegas Enrique Germán Liñero y Manuel Silva Acevedo sin evitar
demostrar desánimo, soledad y tristeza.

Otros libros de Enrique Volpe:
Cabaña entre las rosas, 1960.
Crónica del Adelantado, poesía, Editorial
Universitaria, 1994.
Imperfecto exilio, LOM Ediciones, poesía, 1997.
Premio Gabriela Mistral en 1997.
Un capitán galopa en las fronteras del infierno,
novela, Premio Alerce 2000 de la Sociedad de
Escritores de Chile.

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