17 de diciembre de 2011

A UN NIÑO SOMALÍ






A UN NIÑO SOMALÍ


La piel seca como la tierra seca.
La tierra seca es el único abrazo
de tu madre desde su tumba,
es tu hogar aún en la miseria.


Quieres llorar para beberte tus lágrimas,
pero no sabes ya, no puedes.
Ya no produces lágrimas que alivien
con engañosa sal la sed de vida.
Los huesos frágiles y pronunciados de tu cuerpo
aseguran el triunfo en pocas horas de la muerte.


Y en la distancia, a muchos kilómetros de ti,
un niño malcriado le arroja impertinente
la comida a su madre y llora
lágrimas de cocodrilo.


Morirás sin verlo, por fortuna.


¿ Qué punzada sentirías si pudieras observar
el derroche que vive al otro lado de la Tierra?


¿Abrirías la boca tanto como pudieras
intentando ser canasta de ese bocado
que desprecian los que no tienen conciencia?


¿ Lograrías esa lágrima perdida
que ansías cada día en tu plegaria?


No. Morirías de dolor, probablemente.


Del dolor que punza el alma al descubrirse
invisible para los otros;
del dolor de ver unos ojos helados
y ciegos
que dicen sin palabras:


“Mejor así. Que mueras invisible.
Al otro lado, no necesitamos
sufrir el sinsabor de tu agonía”


[Diciembre, 2011]




Laura Caro- España



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