6 de mayo de 2012

LA PRIMERA NOCHE EN EL GHETTO



La primera noche en el ghetto

“La primera noche en el ghetto es la primera noche en el sepulcro,
después uno se acostumbra”, así consuela mi vecino
a los verdes cuerpos entumecidos sobre el suelo.

¿Podrán naufragar barcos en tierra?
Yo siento que bajo mis pies naufragan barcos y sólo el velamen
se arrastra por encima, deshilachado y pisoteado
en forma de verdes cuerpos duros tendidos sobre el suelo.

Llega hasta el cuello.
Sobre mi cabeza pende una larga canaleta
atada con hilos estivales a una ruina.
Nadie habita los cuartos. Sólo aullantes ladrillos
arrancados, con trozos de carne, de sus muros.

En otros tiempos una lluvia solía desgranar su música en la canaleta
leve, blanda, bendiciendo. Madres solían colocar baldes debajo
recogiendo la dulce leche de las nubes
para lavar el pelo de sus hijas y que las trenzas brillen.
Ahora las madres ya no están; tampoco las hijas ni la lluvia,
sólo ladrillos en una ruina; sólo ladrillos aullantes
arrancados con trozos de carne de los muros.

Es de noche. Un negro veneno gotea. Yo soy un rescoldo
traicionado por la última chispa y hondamente apagado.
Sólo la ruina es mi hermana. Y el húmedo viento,
que cayó sin aliento sobre mi boca, con suave piedad
acompaña mi alma, que se separa del trapo de la osamenta
como se separa la mariposa del gusano. Y la canaleta
cuelga todavía sobre mi cabeza en el espacio
y fluye por ella el negro veneno, gota a gota.

Y de pronto, cada gota se hace un ojo. Estoy completamente
empapado de ojos luminosos. Una red de luz recogiendo luz.
Y encima de mí, la canaleta atada a la ruina con hilos de araña,
un telescopio. Penetro a nado por su tubo y las miradas
se unen luminosas. Allí están, como ayer,
las familiares estrellas vivientes de mi ciudad.
Y entre ellas, también aquella estrella tras-sabática
a la que labios de madre elevaban una bendición: Feliz semana.

Y comienzo a sentirme mejor.
No existe quien pueda enturbiarlo, destruirlo,
y yo debo vivir, porque vive la buena estrella de mi madre.





Antologado por Eliahú Toker
1983 - Editorial Pardes
















Abraham (Avrom) Sutzkever- Israel







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Abraham (Avrom) Sutzkever (1913-2010)
(Israel). Nacido en 1913 en Smorgón, villorrio lituano plantado en las cercanías de Vilna tras una infancia abierta a las inmensidades de Siberia, participó de uno de los más  inquietos grupos literarios de lengua ídish,  Iung Vilne, quedando atrapado en el  ghetto al caer Vilna en manos nazis; huyó por las cloacas a los bosques y participó de
la lucha partisana; tras la guerra asumió el rol de testigo en el juicio de Nüremberg y
por fin renació con el Estado Judío en Israel, transformándose, precisamente allí, en
uno de los puntales de la creación en lengua ídish.
Falleció en Tel Aviv el 20 de enero de 2010.

Y cada uno de sus encuentros cara a cara con la historia cobró entidad poética
en  su  palabra,  dotada  a  un  tiempo  de  un  vuelo,  de  una  fuerza,  de  un  compromiso  y  de una belleza singulares. Varias veces candidato al Premio Nóbel de Literatura, posiblemente Sútskever no lo haya recibido por pertenecer al mundo poético casi  secreto de esa lengua ídish, no suficientemente traducida a las lenguas centrales.
Recordemos que Bashevis Singer recibió el Nobel a partir de las excelentes versiones
inglesas de sus obras. (por Eliahú Toker. Ed. Pardes, Argentina, 1983).

Al cumplirse dos años de su fallecimiento en Tel Aviv

por Isac Gliksberg, Montevideo

Recientemente se cumplieron dos años de la lamentable partida hacia la eternidad de Abraham (Avrom) Sutzkever, el “mayor poeta del Holocausto judío”, tal cual lo definió el diario neoyorkino “New York Times” en ocasión de su fallecimiento.

Sutzkever no fue solamente el mayor poeta en idioma idish, después de la Segunda Guerra Mundial, sino que fue además un combatiente por la dignidad judía, y por la libertad, como guerrillero en la lucha en los bosques rusos contra el nazismo.

Fue también un intelectual que, durante los años de posguerra y hasta su mismo fallecimiento, bregó por la vivencia y difusión del querido idioma idish.
Permítame el lector que, excepcionalmente, escriba esta crónica en primera persona del singular pues trataré de transmitir, como homenaje personal y de Aurora al gran vate judío, mi experiencia personal en un encuentro que tuve con él en Tel Aviv, en el año 1985, mientras yo participaba, como representante del Uruguay, en el Primer Congreso Luso-Iberoamericano de Periodismo Científico que se realizó, en aquel año, en Jerusalén.

Nos encontramos con Abraham Sutzkever en una soleada mañana invernal de diciembre de 1985. Unos días antes, lo había llamado telefónicamente a su residencia de Ramat Aviv para solicitarle, en idioma idish, una entrevista personal.

Sutzkever fijó la entrevista en los términos siguientes que anoté, y aún hoy conservo, en mi libreta viajera de apuntes: “Con mucho gusto me encontraré con Ud.”, me dijo en idish. “Tal vez pueda Ud. concurrir el día tal a la hora 9.30 al café Gat, de la Avenida Ibn Gbirol 63?”, me preguntó.
El encuentro en Tel Aviv

Me pareció irreal que, el propio Avrom Sutzkever, en persona, hubiera aceptado, así nomás, de primera, una entrevista personal con un periodista, a quien él no conocía siquiera, proveniente del lejano Uruguay y perteneciente a una generación que no es la suya, precisamente, sino veinticinco años más joven que él.

Esa mañana, temprano, me dirigí hacia el café Gat con cierto nerviosismo y una hoja con un extenso, e intenso, cuestionario periodístico en idish, que habría de ser el motivo principal de nuestro encuentro.

Mientras me dirigía hacia el lugar del encuentro para encontrarme con el poeta, yo pensaba que tal vez, habría elegido un café precisamente de la avenida Ibn Gabirol, el famoso filósofo judeo-español Avicebrón, autor de “La fuente de la vida”, pues la vida misma es el leit-motiv de su creación literaria.

A las 9.25 apareció Sutzkever en la puerta del café Gat. Me resultó fácil reconocerlo pues había visto fotos y dibujos de su rostro en algunas ediciones de sus obras en idish.

De todos modos, no dejó de asombrarme, y sorprenderme, su juvenil estado físico, no obstante su edad y la dificultosa vida que tuvo en su niñez, adolescencia y juventud. Alto, delgado, bien plantado, de claros ojos azules, vestido de sport y cubriendo su cabeza con un gorro de tela con visera. No era fácil imaginar que ese hombre, en ese entonces de 72 años de edad, acababa de recibir el más importante premio de Israel adjudicado a un escritor judío: el Premio Israel de Literatura, equivalente a un Premio Nobel en la materia y que, por añadidura, había recibido los mayores honores por su obra literaria de toda una vida, de muy prestigiosas universidades y academias de Europa y de América, inclusive, de Asia.

Desayunamos juntos, me hizo olvidar con su apasionante conversación en un sencillo idish con acento y modismos lituanos, que yo venía preparado para hacerle un reportaje periodístico. Me invitó a acompañarlo, en ómnibus urbano, hasta el “Beit Sokolov” en Tel Aviv, donde funcionaba entonces la redacción de la publicación “Di Goldene SEIT”, la revista-libro cultural y literaria en idish que él, fundó y dirigió durante años.

Luego de una prolongada conversación, me obsequió, generosamente, una veintena de sus obras editadas y que aún conservo en los anaqueles de mi biblioteca familiar y, algunos tomos, dedicados a su vida personal y a su creación literaria.

Con esa sencillez transcurrió aquella mañana de finales de diciembre en Tel Aviv, junto a uno de los más grandes poetas, si no el más grande, en idioma idish de los años de post guerra.

En julio de aquel año había cumplido 85 años de vida fecunda, la mayoría de los cuales, los dedicó con naturalidad, con sencillez y bonhomía, a la creación poética y, tanto en Israel, donde residió en los años de post-guerra, como en el resto del mundo, fue festejado entonces, y recordó especialmente ese acontecimiento festivo.

Escribió poesía en idish durante los años previos a la guerra. Integrante desde su temprana adolescencia el cenáculo literario “Joven Vilna” de Vilna actualmente Vilnius la entonces denominada Atenas de la cultura judía en idioma idish, fue guerrillero antinazi y poeta en el Geto y en los bosques de Vilna y continuó siendo poeta en su residencia definitiva, Israel.

El poeta nace poeta

Más de cincuenta tomos componen su obra poética en idish. Editados en Vilnius, Varsovia, Tel Aviv, Nueva York, Londres, Canadá, Buenos Aires y en muchas otras ciudades. Son innumerables los artículos periodísticos en idish, en inglés y en otros idiomas dedicados al estudio de su obra y la personalidad del gran poeta.

Es sabido por los lectores que el poeta no puede fabricarse, sino que se nace poeta del mismo modo que se nace varón o mujer. Alguien expresó alguna vez que “si quieres entender la poesía de un poeta, debes dirigirte a conocer su país de origen”.

Para conocer la monumental obra poética de Sutzkever, primero hay que leerla y luego, conocer su Vilna de preguerra natal, aunque él nació en un típico villorrio judío, Smorgon, muy cerca de Vilna, el 15 de julio de 1913.

Su infancia transcurrió en Siberia, donde su padre, violinista, falleció con 30 años de edad, cuando nuestro poeta contaba tan sólo 7 años de edad.

Fue precisamente su monumental “Siberia”, su primera gran obra publicada en idish, obviamente, donde utiliza, según la fórmula de Saint Paul Roux “la poesía como síntesis de todas las artes, con color, música, forma y sabor”. Fórmula poética de la cual nunca se separó, aunque él tal vez jamás la haya conocido, pues su musa le brota en forma natural y espontánea, como solamente ocurre con algunos pocos elegidos.

Antes de integrar en Lituania el grupo literario “Joven Vilna”, nuestro poeta perteneció a los scouts “Abejas”, donde conoció, desde niño, a quien sería la compañera de toda su vida, su esposa Freydke, la cual falleció en el año 2003.

Pero además, fue en ese círculo, el más joven de una irreproducible pléyade de grandes narradores y poetas. Tal vez, el más talentoso de todos ellos.
Entre sus monumentos poéticos en idish, se destacan “Ciudad Secreta” y la “Maestra Mire”, escritas mientras aún se reflejaban en sus claras pupilas color cielo, las dramáticas escenas de su trágica pero valiente experiencia en el Geto de Vilna, en sus bosques y en sus refugios junto a otro inolvidable gran escritor, Shmerke Kacherguinski, su compañero de “Joven Vilna” quien, tras la guerra vivió en Buenos Aires donde falleciera trágicamente en un accidente de aviación por finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta.

Leímos más de una vez “La maestra Mire” desde los últimos grados de la escuela judía complementaria a la cual concurrimos en Montevideo por los años cincuenta, y que luego, en años posteriores, releímos y, para quien leyó esa obra magistral, quizás con dificultad pueda encontrar en idioma alguno, fuera del idish, una metáfora pacifista más impresionante que esa.

Y por último, se destaca su período creador, residiendo ya en la tierra de Israel: “Oda a la paloma”, “Acuario verde” en los que, cual un helénico Apolo, describe la música y la belleza poética de la tierra bíblica.

Cada diez años, en ocasión de la fecha de su nacimiento, solía editarse en Israel, o en alguna otra ciudad importante, un tomo con estudios sobre la vida y la obra de Abraham (Avrom) Sutzkever.

En 1963, cuando cumplió cincuenta años de vida, se editó un volumen bajo la dirección del entonces Presidente de Israel Zalman Shazar, con recopilación de artículos sobre la obra y la vida del vate. Allí también estuvo, entre muchas otras personalidades judías, el gran pintor Marc Chagall, su amigo personal de toda la vida.

No existe, en el mundo literario, cultural y periodístico judío que no haya dedicado alguna vez, una o más de una nota a la vida y a la obra de Abraham Sutzkever.

Correspondería que, por su importancia, su valor, su obra universalista, sea traducida del idioma idish el que por su propia voluntad cultivó en su máxima expresión al idioma español, como lo ha sido anteriormente al inglés y al hebreo y, seguramente, a otros idiomas, como por ejemplo, el ruso y el lituano.

En ocasión de cumplirse dos años de su fallecimiento, ocurrido en Tel Aviv el 20 de enero de 2010, sea éste, el modesto homenaje de Aurora y del autor de esta crónica a un poeta judío, en idioma idish, que fue símbolo de tres épocas: Abraham (Avrom) Sutzkever.




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