6 de mayo de 2012

MI SALVADORA



Mi salvadora
(Ghetto de Vilna, 1943)

Dime qué te une a mí, luminosa abuela,
para esconder a un extraño en tu casa
y traerme, tan familiar y dulcemente, leche,
una piel de oveja para calentar mis pies,
pan tibio, sueño humano, y una sonrisa
como el canto de las arrugas de tu piel.

El viento tejía tiendas de nieve
y yo erraba como el viento entre ellas.
A mis espaldas me perseguía un mundo,
un mundo alzado contra el mundo,
mientras a solas por campos nevados
me calentaba con fulgores lobunos la osamenta.

Otrora hubo madre y hubo cuna;
hoy el hogar se hunde bajo nubes de guerra.
Me conjuré: Que sea lo que Dios quiera.
Intentaré entrar en la séptima choza
en busca de una palabra consoladora.

Golpeo y comienza a rechinar la puerta.

Me recibiste con el halo de una vela
como si mi visita no fuera inesperada.
En un destello instantáneo se descubrió para ti
mi rostro y con él mi voluntad.
No te asustaron mi barba congelada
ni mi puñal al cinto, aguzado para matar.

Me excavaste bajo el umbral una cueva;
trajiste una lámpara de aceite, y cobijas
con blandura de cabellos maternales;
aire e infancia que no tienen hora ni lugar,
y una hoja de papel como un brote de guinda
para que mi canto pudiese brotar.

Y cuando comencé a escupir sangre en el refugio
me cargaste en brazos hasta tu casa,
me acostaste en tu cama, y de noche
llamaste a un médico para que me curara.
Y entre el ardor desmesurado de la fiebre
te vi de rodillas, con un crucifijo, al lado de la cama.

Después tu compasión se me hizo una cadena;
la nieve no cubría las sombras del ghetto.
En sueños me martirizaban pequeñas criaturas:
“Trocaste nuestras lágrimas por pan y descanso”.
Y cierta noche de frío y luna,
camino del ghetto me eché de nuevo al campo.

Pero tú me perdonaste la huida
y me traías pan incluso lejos de tu casa.
Hasta que un día llegaste trayendo
lo que por tanto tiempo había esperado;
el sagrado alimento que cura y sacia:
¡entre la miga de pan, una granada!

Y cuando la granada apuntó al enemigo
resplandeció ante mí tu bondad silenciosa.
Veía cómo me cargabas desde la cueva en brazos
por escaleras y puertas hacia un sol que quema...
¡Y de pronto tu mano se tiende sobre la mía,
y la granada se arranca de nuestras manos y vuela!


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Abraham (Avrom) Sutzkever- Israel









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