23 de marzo de 2013

HUGO PRESIDENTE CHÁVEZ



HUGO PRESIDENTE CHÁVEZ


Hugo, amigo presidente de la patria
que anhelas  la honra de la libertad,
te has ido al país del  ensueño.
Y nos quedamos vestidos con la camisa roja
 emblemática para tu siguiente visita,
la que seguiremos esperando
a la vuelta de la efigie montada
del insigne y patriota don Simón.

Hoy, día cinco de marzo del año
dos mil trece, después de las
cuatro de la tarde has terminado,
 mencionándolo de alguna manera,
tu labor presidencial, pero no
la eterna batalla por tu cetrino pueblo
confeccionado con la pureza del petróleo,
el que se esfuerza como lo hizo su
compatriota Bolívar, en hacer de la
América Latina, el mejor y único
país con el habla del cervantino Miguel.

Encaraste  de frente al enemigo
ultraderechista de la potencia de la maldad: el gringo.
Siempre le dijiste las cosas por su nombre
al imperialismo voraz, el que intenta
quedarse con el cuerpo de cualquier patria
que sea presa de este monstruo de las mil cabezas.

Compañero, te vas, yo sólo te diré
hasta pronto, porque luego me tocará
a mi hacer acto de presencia
ante la corte marcial,  la que juzgará
mi  noble o poco actuar ante la vida
que hasta hoy me ha sido prestada
por las artes de la historia de mi ser.

Compañero presidente de nosotros,
te extrañaremos mientras nos dure
la poca o mucha existencia que nos quede
 y, nos hacemos uno, al ritmo melodioso
con tu gente que ha luchado por la paz.
El corazón y el cáncer que ahora te vence, no ofuscará
la biografía que has impreso con la tinta de tu sangre,
para observar a la familia entregada de Venezuela
en completa y armoniosa  emancipación.

Recuerda siempre que un pueblo aliado
no intenta jamás ser puesto a la deriva,
pues la unión del canto sincero
no puede encarcelarte una vez más,
porque los tuyos, la gente, son el cuerpo
 fuerte de la patria que te defenderá
del diablo imperialista, como lo han hecho
 todos con Fidel, en la isleña Cuba de los vientos.

Amigo Hugo, como un hasta luego,
permíteme decir que después  nos encontraremos,
 tarde o temprano, para prolongar nuestra laboriosa charla
que hemos dejado inconclusa por oficios del destino,
pero que tendrá que acompañarnos luego, sin ambages,
 a través de la espesura magnífica de la gran campiña
 de eso incognoscible, a lo que le llamamos eternidad.




José Santana Prado- México








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