
Todas las voces, mujer...
Delfina Acosta
a mi hijo
Máscara de neurastenia
Terrible oficio disponer de modo
correcto la tristeza que me quema.
Podría haber escrito que sostengo
gigante frustración con estos párpados,
y sin embargo digo que me aflige
el óxido febril de la acrotera,
que muerta de vergüenza pido sombra
en tanto desabrocho mis corpiños
y digo sin embargo que mi cuerpo
es lámpara incesante de deseo.
Podría haber escrito que esta airosa
premonición de muerte prematura,
es sólo neurastenia, pero insisto
cerrar los versos en su propia ley
e invento un mar y la debida pena.
Evolución
Curioso ser de traje claro oscuro:
levantas rascacielos y planeas
tender un puente desde cierto límite
de luces hasta alguno de penumbras;
ajustas entretanto la aritmética
de incomprensible yeso sobre mármol
que el mundo en una plaza va a aplaudir
a la señal unísona de flashes,
y apuras tus almuerzos enlatados
con píldoras de flúor y titanio
amando bajo agenda rigurosa.
(Tus hijos se postergan en el fresco.)
Ahora intentas evadir la saña
de la creciente selva de cemento,
huyendo los domingos al zoológico.
No olvides dar rosetas a los monos.
Marginamiento
En fin, me pasa por andar de pálida
y por mi mala educación de hablar
de sangre soterrada y trino obscuro
con gente tan decente y sonrosada.
(Si lo correcto exige ponderar
el máximo centígrado del día
y disponer la voz a más asombros
previstos en tertulias de mujeres)
Me pasa por llevar a donde vaya
un extravío antiguo de relojes
y por dejar caer del gesto mío
fosilizados dientes de jazmines.
Los hombres ya se cuidan de mi lengua.
-Que tiene el virus -corre la señal;
y es improbable expectorar con suerte
el cúmulo de líquenes del pecho.
Estalactítico
Y cómo cuesta no ponerme triste
en esta tarde abierta al viento norte,
no replegar mis alas y sumirme
en las suaves olas de mi lecho.
Entonces, ya acostada, hacer memoria
de algún afortunado parpadeo,
mi calculada prohibición, mi airosa
tristeza alimentada con argento.
Y cómo cuesta no volver el rostro
en dirección al fresco de violetas,
y preguntarme en dónde he malogrado
los últimos temblores de mi sangre.
Hubiera sido justo que en la hora
exacta del hechizo, cuando terso
aún tenía el rostro que tú amabas,
me hubiera vuelto yeso en la intemperie.
Fiesta
De golpe una vigilia la aparta de mi lado
y un azul la devuelve con su luz recobrada.
¿De dónde vino?
¿Cuándo he dejado las puertas entreabiertas
que la tengo de pronto en mis faldas sentada?
¡Y es que se anticipa en cada fiesta ella!
Flameante, resuelta,
me anima desde el fondo del ropero, desnuda:
pruébate el celeste,
pruébate el rosado,
el de antriscos ardientes cruzándole las palmas,
y hay en su mirada, en su boca pequeña,
el acecho constante de un lagarto en las sombras.
¡Y es que se abandona a baratijas, ella!
¡Qué escándalo incesante de anillos y collares
cuando avanza vidente, en las sombras, su mano!
Pero luego me cerca,
pero luego se atreve a agitar mi abanico,
a fingir un revuelo, un pudor todo chispas,
si en mi escote entreabierto
caben tanto atavío,
tanta hiena aferrada.
¡Dios, el secreto reniego de vivir siempre juntas!
Premeditación
Supongo que fue inmensa
la tarde nuestra aquélla:
el pájaro lavándose con aire
y el rápido aleteo de azúcar a la brasa
que el viento se aferraba herido de fragancia.
Después, la mente abierta
y el grillo en el aljibe,
el sol en la pilastra y el gato sigiloso.
Ay, tarde de setiembre
abierta al viento norte,
y aquel lenguaje nuestro que en fiesta se volvía.
Ay, poses de pudor
-20-
ya en franca obscuridad,
aún me causa gracia
mi voz premeditada:
¡te digo que no mires!
Cianuro
Aquí, debajo de esta cruz descansa,
digo,
una niña que ¡oh rara bobería!
a la muerte tomó de sus cuernos helados
y embistiéndola abrió
su quijada terrible,
y quedose de añil,
luego azul, azulísima.
¿No imaginas, por cierto,
el espanto de abajo?
Tómame de la mano,
yo presiento de golpe
que este aroma vivaz que despiden sus dalias,
y a mi blusa de azache
firmemente se aprieta,
es el último logro de su cuerpo en remojo.
¿No imaginas, por fin,
la familia de vermes,
dándole de cosquillas a su pecho dormido?
¡Dios, no nos exime la pena de la náusea!
Límite
Paisaje de temblor: no son higueras
ni cerros enfilados los que trazo
en el cristal en polvo del espejo.
Yo sueño con un mar que todo obrizo
marea tras marea, llega ardiendo
al límite entornado de los ojos,
y un ave de amarillo -no el canario-,
su vértigo de millas reposando
encima de curiosos obeliscos.
Yo sueño, puesto el mar, con una esquina
pintada en sus orillas y el feliz
tropiezo que nos junte en dicho vértice.
Amado, te imaginas cuánto ocaso
vendrá a curar su frío en nuestra sangre.
Fichero
Tomarte de las manos, eso quiero,
a flor de argón y trino, y preguntarte
si pesa tanta novedad de hallarse
difunto bajo ficha de cristiano;
tomarte de las manos y enseñarte
el nuevo poderío de mis gafas
-¿no es muy difícil sustraerse al cerco
de mi sollozo en cuentas, que te duermes?-.
Amigo, date cuenta de una vez,
tan cerca estoy de ti, que tú podrías
llegar hasta mis labios y entregarme
un mar voluptuoso de detritus.
Ya nadie nos observa. Ya partieron
las aves últimas al sur, y haciendo
saludos con tu estola, se apodera
un soplo sexual del camposanto.
Agenda
Comprar camisas rojas y corpiños,
mi agenda reza en fecha de diciembre,
y más y más proyectos; fumigar
el corazón, en suma, para enero.
¿Y en dónde está, por fin, la novedad?
¿Se han muerto los amantes? Ah... mi sexo
es una inmensa aldaba toda oídos
de un caserón cayéndose de solo.
Silencio de banquillos en la plaza,
tan sólo las palomas en arrullo,
y sin embargo cuánta multitud
de soledad urgiendo por mis ojos.
Sospecho que hay un Dios, y lo maldigo;
es bueno entrar en cólera: me animo;
no obstante, yerro el tiro de la piedra
y no se rompe el círculo de pájaros.
Nueve horas
Violenta mascarilla que ya es tarde
y ordena estricto horario la función.
Repaso el verso: casi no he venido,
limpiar los camafeos lleva empeño.
Que no me tiemble el cuerpo, que mi voz
no vaya a denunciar ningún tumulto
de pájaros vidriosos en mi sangre,
trinando por hacerte alegre ronda.
Lo negaría, es cierto, yo no fui,
-¿autillos, dices?-, rara coincidencia,
y sin embargo sé que perdería,
si son mis ojos grandes de asustados.
Repaso el verso: casi no he venido,
y es claro una vez más que ya no vienes.
Paciente manecilla de reloj:
¿por qué has doblado el ángulo perfecto?
Hechizo
En apariencia soy vacío aljibe,
empuja más adentro y hallarás
un circo nunca visto: trapecistas
haciendo nuevos números sin redes.
Es más; cerrada puerta en apariencia,
y sin embargo escucha cuánto viento
de mi coraje haciéndole discordia,
y cuánta olada abriendo mis sostenes.
Es cierto que nací de rara madre:
pequeño caracol de río en vainas,
¡y no sabría acomodarme en tierra
lo mismo que en el agua cuando muera!
Ahora bien, mi magia me consume,
al tiempo que la voy perdiendo en fuego,
entonces di, terrestre, la palabra,
y absorberá mi pecho luz rosada.
Argucias femeninas
Aún me queda un número en los guantes:
un hijo de ojos grandes, plasma cálido
y ombligo medicado con yoduro
que pariré en un marco de anestesia.
Su llanto habrá de ser tu media vuelta
después de haber dispuesto que te vas,
que ya te fuiste, y por aquel gemido
darás de nuevo con mis senos firmes.
A donde vayas llevarás su olor
y la visión compleja de su feria:
canarios de aluminio y marionetas
ahogándose en bañera soleada.
Imprevisible giro de coraje.
Ranura de tableta violentada
en pos del comprimido veintiuno.
Un trago de agua sella mi carácter.
Posdata
a mi madre
Y cuando esté dormida, ya lo sabes:
empieza a abrir al norte las ventanas,
conoces el terrible cosquilleo
que un díptero en los párpados supone.
Y vísteme de hermosa, blusa verde,
sostenes firmes, prendedor de luces,
y pinta mis mejillas de azabache,
que así me siente excepcional la muerte.
Miedosa apenas, bajaré a suburbios
del Bosco: no te atrevas a llamarme,
ni vayas a aguardarme en la intemperie.
Ya no podrás echarme el brazo al cuello.
¿Mi madre? Déjala exaltar subida
a palco improvisado, biografía
y sino de mis años. Ah... gloriosos
los muertos que anteceden a sus madres.
Rehabilitación
Y si de tanto hacerme la promesa
de que mañana voy a mejorar
finalizara mejorando en serio,
y sin embargo me sobreviniera
que ya no pueda más batir mis alas
y deba resignarme a andar a pie,
cargando densas plumas e intentando
llevar compás con otros transeúntes,
o no consiga asimilar la azul
esencia mineral por mis raíces,
y el hambre se me vaya en consumir
rosquillas de embalaje azucarado;
y lo que es más, si sometiera el viento
de mi fogosa veleidad al hábito
de la fidelidad, y tú, buen hombre,
dejaras desde entonces de quererme.
Las otras
Y desear de pronto ser aquella
que en corro de mujeres sonrosadas,
alegre va tejiendo invernaderos
-al ruiseñor le sienta chic el rojo-,
o la mujer vestida de celeste
con aros como lunas encendidas
alardeando párpados fatales,
-sus ojos resplandecen candilejas-.
Gozando anticipada libertad,
votar por la silueta del recinto
de berros y legumbres que desplaza
un humus saludable en su pollera.
Después la antigua historia. Sopesar
la florecida bolsa de detritus
colgando de mi pecho a la intemperie
y amarme ciegamente, qué remedio.
Trilogía
Anoche estuvo oyendo el jazminero
las cosas que al oído le decía
un hombre a una mujer; el hombre a veces
llevaba hasta la boca el aromático
terrón desencajado, y era todo
idéntico a otras noches de sereno:
el miedo y la insistencia en contrapeso,
y el gato recorriendo el cobertizo.
Yo ahora me pregunto, cuál del par,
cristiano o jazminero fue culpable;
acaso aquel primero por decir
que el fresco estaba a punto para amar;
o el otro, el de los gajos tortuosos,
prestándole razón con su fragancia.
Magia
Un hombre lleva una mujer al río,
los últimos remeros ya se fueron
y un pájaro amarillo el agua embiste
quebrando el sol en oro circular.
Y todo se repite, el intermedio
durante el cual detalla, el brazo en alto
las crónicas de ahogados mientras ella
arrima a sus oídos caracoles.
Descerrajado caracol, el pecho.
Se van perdiendo azules, se han perdido
en ese sueño de soñar que llegan
mecidos por el agua a la otra orilla.
Resuelto pez. Abrazo. Escalofríos.
El círculo de magia fue cerrado.
El hombre advierte que llegó el momento
de hacer mención al nubarrón de ozono.
Precaución
Esta costumbre mía de quejarme
de a poco
y a hurtadillas, en el patio,
quejarme así,
mirando el jugueteo de los tordos,
los tordos que han hallado
alegre balancín en una rama
quebrada de un ciruelo,
y vuelta a los gemidos al oír
sus quejas caprichosas,
sus rápidos embistes,
sabiendo que otra vez,
pues sí, que me han vencido,
si nadie se acomoda a mi costado,
no importa cuánta precaución
con agua de jabón tomó mi cuerpo.
Gesto
Me duermo.
Me estoy quedando ya dormida,
escucho en sueños que regresas,
que bajas las persianas
y que objetas
la dimensión del lecho y la cobija.
Qué bien has hecho en regresar -me digo-,
qué bien de veras, porque ¿sabes?,
yo sé aguardar dispuesta tu regreso
y sé cuidar dormida
y ovillada
tu sueño con mis brazos en cerrojo.
Vigilia inmensa que te vengo amando,
que vengo urdiendo el gesto necesario
capaz de seducirte finalmente:
¡acaso el repentino desenvaine
de un seno
sobre
el otro tras la luz
del faro proyectado en la pared!
Me duermo.
La luz de la mañana no me alcanza.
Delfina Acosta- Paraguay
8 de marzo de 2013
POESÍA. DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER.
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Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
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DELFINA ACOSTA
Nació en Asunción, Paraguay ( 1956 ), pero su infancia y su juventud pertenecen a Villeta, donde cursó sus estudios primarios y secundarios. Forma parte de la llamada Generación del 80.
Su primer poemario Todas las voces, mujer... obtuvo el Primer Premio Amigos del Arte. En relación con este libro cabe mencionar que el mismo figura entre las obras más consultadas de la Biblioteca Virtual de Cervantes.
Integró durante mucho tiempo el Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero y dio a conocer algunas obras poéticas en publicaciones colectivas del citado Taller.
Publicó el poemario La cruz del colibrí, que lleva prólogo de la poetisa Gladys Carmagnola. Reunió sus cuentos que obtuvieron premios y menciones en concursos literarios en el libro El viaje.
Su obra Romancero de mi pueblo ganó el segundo premio Federico García Lorca. Romancero de mi pueblo lleva prólogo del crítico y poeta Hugo Rodríguez- Alcalá.
Dio a conocer un poemario llamado Versos esenciales, dedicado íntegramente a honrar la memoria del gran poeta chileno Pablo Neruda. Fue presentado al público paraguayo en 2001, en la embajada de Chile en Paraguay. Varios ejemplares del poemario se encuentran en exposición permanente en la casa museo Isla Negra. El PEN Club del Paraguay otorgó al libro el Primer Premio destacando su elevado vuelo lírico y su lenguaje universal.
Su último libro, que ahora edita Portal de poesía, lleva el nombre de Querido mío: y es best sellers en Asunción, ha recibido el premio Roque Gaona 2004.
En el año 2007 publicó Versos de amor y de locura, un poemario de amplia difusión. En el año 2009 dio a conocer su libro de cuentos Guía de cementerio.
"El club de los melancólicos", que recoge trece cuentos, fue publicado en 2010.
Sus obras (cuentos y poesías ) están incluidas dentro de numerosas antologías nacionales y extranjeras.

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