18 de agosto de 2013

RÉQUIEM POR CAMBOYA




RÉQUIEM POR CAMBOYA

Barbarie quien pretende la involución
(He visto orangutanes con más cerebro)
el hombre en sí es obra de arte
escultura forjada en el conocimiento
no rompas esta epístola
si te vislumbra la cúspide de la montaña
el galardón al final de la escalera
no incendies las leyendas, los mitos
el cuento fantástico de Šahrāzād
no amordaces el salmo del profeta
desarma la histeria de entenebrecidos
despliega tus alas resquebrajadas
para recibir los ungüentos de la letra
vivificante del espíritu creador
santifícate con el suelo que guarda
el alarido precoz de tus hijos
cose tu cuerpo de águila renovada
y gobierna, que el vuelo es tuyo.




Carolina Varela López- Colombia




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Genocidio camboyano 

El genocidio camboyano fue ejecutado por el régimen maoísta de los Jemeres Rojos, el partido político que gobernó Indochina, la llamada Kampuchea Democrática de ideología Marxista entre 1975 y 1979, con una concepción extremista de revolución. 
Durante el tiempo del gobierno de los Jemeres Rojos desaparecieron entre dos y tres millones de personas de las urbes urbanas, por lo cual se constituyó en 2006 un Tribunal internacional para llevar a cabo el Juicio a los Jemeres Rojos en 2007. 
Tomando las estadísticas presentadas por K. D. Jackson, el 17 de abril de 1975, año en el cual los jemeres rojos tomaron Phnom Penh, había en Camboya una población de 7,3 millones de habitantes, mientras que tres años después, en 1978, la población disminuyó a 5 millones. Porque la mayoría de las víctimas pertenecían a la etnia jemer, se denominó a este proceso "auto-genocidio".


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Réquiem por un sueño, Camboya, hoy

Miles de niños camboyanos y vietnamitas se ven obligados día tras día a deambular por las calles de las ciudades en busca de su tesoro. Algunos se entierran en las papeleras buscando ese plástico y metal que muchos despreciamos. Otros consumen sus pocas energías tras una dura jornada de trabajo, esnifando ese pegamento que les devuelve a su Mundo Olvidado de juventud.



A pocos kilómetros de los famosos templos de Angkor, cientos de chavales se ven forzados por sus padres a “jugar” entre toneladas de desechos. Allí, ellos caminan a pies desnudos sobre montañas de injusticia donde encontrar alimento es un regalo divino. Todavía retumban en mi cabeza sus palabras de despedida, “el día que tu te vayas ya nadie vendrá a jugar con nosotros”; todavía duelen esas pisadas desnudas sobre los afilados cristales de una sociedad que los desprecia. Sin doctores, sin educación, sin derechos, sin voz, allí, esos niños nacieron el mismo día que se convirtieron en adultos.

A pocos kilómetros de Angkor Wat, cientos de niños son felices porque “mañana volverá a salir el Sol”.







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