26 de agosto de 2013

y todos los tzotziles de la tierra...



«y todos los tzotziles de la tierra...»



I

De mañana, la comunidad reza.
Piden justicia. Piden respeto.
Y las balas son su respuesta.
Y las balas expansivas y los machetes son su respuesta.

De hinojos está el pueblo cuando suenan los tiros.
Con sus machetes los hieren, con sus rifles los matan, 
con sus metralletas los masacran.

A tajos abren a una mujer, del vientre le arranca a su hijo.
Una bala expansiva destroza el cráneo de un niño. 
Al lodo, dispersos, caen sus sesos.
A machetes matan a Susana, 
roban sus enaguas blancas y su hermoso huipil. 
Por el lodo arrastran su cinturón bordado de rojo.

Descalzos, empapados, resbalando en el lodo de sangre
los tzotziles huyen por el monte.
El hedor de la sangre llena la barranca.
Las entrañas abandonadas en el lodo alimentan a las moscas. 

El llanto de los Tzotziles suena todo el día.
Alrededor de la tierra se oye su lamentación por los muertos.
En la barranca anochecen los helechos 
salpicados de coágulos y de lágrimas de luna.

Mariano llora a su mujer y reparte crisantemos blancos.
En terreno sagrado reúnen a sus muertos.
Mariano llora a sus tres hijas y reparte crisantemos blancos.
En terreno sagrado los entierran,
en cuarenta y cinco ataúdes cubiertos de moscas y de sangre.

Mariano, con su único hijo, llora a su mujer. 
Llora a su mujer y a sus tres hijas y reparte crisantemos blancos.
En dos fosas comunitarias los entierran, 
en cuarenta y cinco ataúdes cubiertos de moscas y de crisantemos blancos.

El llanto de los tzotziles suena toda la noche.
Alrededor de la tierra se oye la lamentación por sus muertos.

En la barranca amanecen los helechos 
salpicados de coágulos y de lágrimas de luna.


II

Los choles, los zoques, los chamulas, 
los tojolabales, los tzeltales:
los indígenas de Chiapas
lloran a sus tzotziles.

Los toltecas, los mixtecos, los nahuas, los huicholes, 
los zapotecas, los yaquis, los mayas, los rarámuris:
los indígenas de México
lloran a sus tzotziles. 

Los taínos, los mapuches, los araucanos, 
los nazcas, los aymarás, los incas, los guaranís:
los indígenas de Latinoamérica
lloran a sus tzotziles.

Los cheyennes, los pueblos, los hopis, los inuits, 
los pimas, los navajos, los cherokees, los apaches:
los indígenas de América
lloran a sus tzotziles.

Los indígenas de Quebec, Los Ángeles, Roma, Coímbra,
Tokio, Bagdad, Moscú, Atenas, Sevilla y Perth:
los indígenas de todos los pueblos de la tierra 
lloran a sus tzotziles.

Los indígenas piel roja, los piel amarilla, los piel negra, 
los piel blanca,
los indígenas de los maizales, los ríos, las montañas, 
los desiertos y los mares: 
los indígenas de todos los rincones de la tierra 
lloramos a nuestros tzotziles.

Y aún hoy 
en la barranca de Acteal
anochecen los helechos salpicados de coágulos
y de lágrimas de luna.

Acteal, San Pedro de Chenalhó, 22 de diciembre de 1997





Lilvia Soto- México





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Lilvia Soto, luminosa poeta mexicana
La Universidad de Harvard es el lugar más sui generis del planeta. Como todos los centros del pensamiento humano, concentra lo mejor del ingenio, la cultura, el arte, la historia y la ciencia. Uno camina sus pasillos encontrándose con profesores, investigadores y estudiantes del mundo entero que han venido a estudiar de día y de noche, hacer experimentos que cambiarán la vida de las nuevas generaciones, analizar objetos artísticos cuyo origen se remonta al principio de los tiempos, y a vivir cada día con una energía inenarrable.

Su entorno, la ciudad de Cambridge, Massachusetts, es un laberinto de callejas estilo inglés, con casas victorianas y edificios contemporáneos donde las librerías son espacios concurridos que cierran a la medianoche; en la estación del metro tocan cuartetos de cuerdas formados por músicos excepcionales, y en el quiosco de periódicos hay publicaciones en todos los idiomas. Los restaurantes ofrecen especialidades orientales, europeas o sudamericanas, y en ellos trabajan meseros que por la noche actúan en obras de Shakespeare o escriben sus tesis de doctorado, mientras afuera hay taxistas políglotas que pergeñan guiones de cine, y científicos que están a punto de encontrar la fórmula milagrosa que cure dolencias de siglos.

En la Facultad de Lenguas Romances, en aulas de madera venerables y viejísimas, a mediados de la década de los ochenta se encontraban dos mexicanos excepcionales: Carlos Fuentes el novelista, y Lilvia Soto, profesora que daba clases de Literatura Hispanoamericana y estudiaba la obra del novelista.

Durante dos años tuve la gran fortuna de asistir a las clases de ambos, y de otros espléndidos profesores, autores de libros de análisis, personajes de talla internacional.

Lilvia Soto, tengo que decirlo, brillaba con luz propia entre los premios Nobel y las leyendas vivientes que eran sus colegas. Además, estaba desprovista de esa arrogancia y en algunos casos amarga visión del mundo que caracteriza a los genios. Son seres solitarios, celosos de su sabiduría, condescendientes ante los demás, que éramos simples mortales sin su fama y profundidad. Muchos profesores causan un efecto similar al que debieron haber provocado los santos y profetas de la Antigüedad. En algunas de sus clases no comparten sus hallazgos con sus alumnos, sino hasta haberlos publicado en un libro de su autoría, o patentado en la oficina de registros.

Sin embargo, la doctora Soto, bella mujer de cuarenta y tantos, era generosa y tenía una mirada resplandeciente. Se presentaba a clases vestida con elegancia y propiedad, toda ella revestida de dignidad. Nos invitaba a comer al Faculty Club, el comedor exclusivo donde los académicos se envolvían en un halo, nimbados por su prestigio.
Lilvia Soto nos llevaba a sus estudiantes a ese pequeño Olimpo, sin tanta faramalla.

Más tarde, estudió un post doctorado en Cambridge, Inglaterra, y fue profesora de otras universidades, y también directora fundadora de La Casa Latina, un centro de excelencia para estudiantes hispanos de la Universidad de Pennsylvania.

Hoy, la poeta Soto ha regresado a su país, México, a su estado, Chihuahua, y vive en Casas Grandes, raíz de su tronco familiar.








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