Los viejos tontos
¿Qué creerán que ha pasado, los viejos tontos,
Que los ha dejado así? ¿Acaso supondrán
Que se es más maduro cuando la boca cuelga abierta y babea
Y se anda uno meando solo y no se puede recordar
Quién llamó esta mañana? ¿O que, si lo quisieran,
Podrían alterar las cosas y volver a la época cuando bailaban la noche entera, o
Iban a sus bodas, o tiraban las manos algún septiembre?
¿O se imaginarán que realmente no ha habido cambio alguno,
Y que siempre se habrían manejado como si fueran tiesos y tullidos,
O sentados a través de días de fina y continua ensoñación
Mirando el movimiento de la luz? Y si no es así (y no pueden), es extraño:
¿Por qué no lloran?
Cuando mueres, te rompes: los pedazos que eras
Comienzan a separarse velozmente los unos de los otros para siempre
Y nadie lo ve. Es sólo el olvido, es cierto:
Antes ya lo conocimos, pero entonces se estaba terminando,
Y se hallaba todo el tiempo unido a la empresa
De hacer brotar la flor de mil pétalos de estar aquí.
La próxima vez no puede fingir
Que habrá algo. Y estos son los primeros signos:
No saber cómo, no escuchar quién, el poder
De elegir terminado. Su aspecto muestra que están para eso:
Pelo ceniciento, manos de batracio, caras de pasa...
¿Cómo pueden ignorarlo?
Quizás ser viejo consiste en tener habitaciones iluminadas
Dentro de tu cabeza, y gente en ellas, actuando.
Gente que conoces, sin poder nombrarla; apareciendo cada una
Desde puertas entornadas como una honda pérdida restaurada,
Depositando una lámpara, sonriendo desde una escalera,
Extrayendo un libro conocido desde el estante; o a veces
Sólo las habitaciones, las sillas y el fuego encendido,
El aplastado arbusto en la ventana, o la tenue amistad del sol
En el muro cierta solitaria tarde de mediados de verano
Después de la lluvia. Allí es donde viven:
No aquí ni ahora, sino donde todo ocurrió alguna vez.
Por eso es que tienen
Un aire de confusa ausencia, intentando estar allí
Aunque permaneciendo aquí. Extendiéndose por las habitaciones,
Dejando una incompetente frialdad, el constante esfuerzo de respirar
Y ellos inclinándose ante el monte de la extinción, los viejos tontos, no Percibiendo nunca
Cuán cerca está. Esto debe ser lo que los mantiene quietos:
Aquel monte que nunca perdemos de vista dondequiera que vayamos
Ya es para ellos un elevada cuesta. Pueden acaso decir qué los está retrasando
Y cómo terminará. ¿No por la noche?
¿Ni cuando llegan extraños?
¿Jamás, a lo largo de toda esta espantosa inversión de la infancia?
Pues bien, ya lo averiguaremos.
Philip Larkin- Inglaterra
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PHILIP LARKIN
Poeta, novelista y crítico, Philip Larkin nació en 1922, en Coventry, Inglaterra y murió en 1985. Hizo sus estudios secundarios en el King VIII School y posteriormente ingresó a la Universidad de Oxford, donde empezó a ser conocido como poeta. Su primer volumen de poesía, El engaño (1955), hizo que se reconociera su importancia como escritor al denunciar el entusiasmo político de la década de 1930 y los excesos emocionales de la poesía de la década de 1940. Larkin dijo una vez que su biografía podía empezar a los veintún años sin omitir nada importante. El escritor llegaría a ser considerado como uno de los poetas británicos más representativos del grupo The Movement, surgido en Gran Bretaña durante los años cincuenta. Otras obras destacables son El barco del norte (1945), una colección de poemas en la línea de W. B. Yeats y Las bodas de Pentecostés (1964). También fue novelista: Jill (1946) y Una chica en invierno (1947). Larkin fue bibliotecario de la Universidad de Hull a partir de 1955 y crítico de jazz del diario The Daily Telegraph (1961-1971. Escritura solicitada (1982) es un volumen de ensayos misceláneos. Su último libro de poemas es “Ventanas altas” - High Windows, 1974, London: Faber and Faber.

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