31 de enero de 2014

Jaime Luis Huenún - Poeta mapuche




Libro


Sólo puedo leer tu cara, huenún jaime luis,
sietemesino feo, sólo
puedo leer tu mitad hijo,
tu mitad hueso y calavera encarnada,
tu débil número negativo
hecho de cuarteada eternidad y carne.
Sólo puedo leer tu mitad
padre, hermano, aquel
que diariamente sale a conseguir
una mísera ración de estrellas, exiguo alimento
de palabras que no saben todavía ni
siquiera balbucear.
Sólo puedo leerte al lado de Otro,
sólo junto a los conjuntos rotos de tu madre,
sólo solitario pero nunca solo,
mal ladrón de la blancura de las Páginas.
Sólo puedo leerte juntando las letras
de tu vuelo de mosca reventado
al pie de un poema de Tu Fu.
Sólo puedo leer tu raíz falsa, huenún
jaime luis, hombre
o duende porfiado o malo de la cabeza,
sólo puedo leer la mitad
del aire que te hace viejo,
la otra mitad la ganas
con el sudor de tus ojos
y aquello
no tiene explicación en mi alfabeto.






Fogón

Menos que el silencio pesa el fuego, papay, tu
gruesa sombra que arde
entre leños mojados;
menos que el silencio a la noche
y al sueño,
la luz que se desprende
de pájaros y ríos.

“Hermano sea el fuego”, habla, alumbra
tu boca,
la historia de praderas y montañas
caídas,
la guerra entre dioses, serpientes
de plata,
el paso de los hombres
a relámpago y sangre.

Escuchas el galope de las generaciones,
los nombres enterrados
con cántaros y frutos,
la lágrima, el clamor de lentas caravanas
escapando a los montes de la muerte y la vida.

Escuchas el zarpazo del puma
al venado,
el salto de la trucha en los ríos
azules;
escuchas el canto de aves adivinas
ocultas tras helechos
y chilcos florecidos.

Respiras ahora el polvo de los nguillatunes,
la machi degollando el carnero
elegido;
respiras ahora el humo ante el rehue, la hoguera
donde arden los huesos del largo sacrificio.

“Hermano sea el fuego”, dices retornando,
el sol ancho del día
reúna a los hermanos;
hermano sea el fuego, papay, la memoria
que abraza en silencio la sombra
y la luz.

(Papay es el nombre afectuoso que se da a las ancianas.)









 Cisnes de Rauquemó


Buscábamos hierbas medicinales en la pampa
(limpiaplata y poleo, yerbabuena y llantén).
El sol era violeta, se escarchaban los pastos.
Bajaba el Rahue oscuro, ya sin lumbre de peces.

Oímos mugir vacas perdidas en la Vega,
y el ruido de un tractor camino a Cancha Larga.
Llegamos hasta el río y pedimos balseo,
un bote se acercó silencioso a nosotros.

Nos hablaron bajito y nos dieron garrotes,
y unos tragos de pisco para aguantar el frío.
Nadamos muy ligero para no acalambrarnos.
La neblina cerraba la vista de la orilla.

En medio del junquillo dos cuerpos de agua dulce,
blancos como dos lunas en la noche del agua,
doblaron sus dos cuellos de limpia plata rotos,
esquivando sin fuerza los golpes y el torrente.

Cada uno tomó un ave de la cola o las patas,
y remontó hacia el bote oculto entre los árboles.
Los hombres encendieron sus linternas de caza
y arrojaron en sacos las presas malheridas.

Nos marchamos borrachos, emplumados de muerte,
cantando unas rancheras y orinando en el viento.
En mitad de la pampa nos quedamos dormidos,
cubriéndonos de escarcha, de hierba y maleficios.







Ceremonia de amor 

Los árboles anoche amáronse indios: mañío e ulmo, pellín
e hualle, tineo e lingue nudo a nudo amáronse
amantísimos, peumos
bronceáronse cortezas, coigües mucho
besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta el amor despertar
de las aves ya arrulladas
por las plumas de sus propios
mesmos amores trinantes.

Mesmamente los mugrones huincas
entierráronse amantes, e las aguas
cholas abrieron sus vertientes alumbrando, a sorbos
nombrándose, a solas e diciéndose: aguas buenas, aguas
lindas, ay pero violadas somos aguas Rahue,
plorosas Pilmaiquén, floridas e parteras e aún felices
las arroyos que atraviesan como liebres
los montes e los cerros.

E torcazos el mesmo amor pronto ayuntáronse
los Inallao manantiales
verdes, las Huaiquipán bravías
mieles, los Llanquilef veloces
ojos, las Relequeo pechos
zorzales, las Huilitraro quillay
pelos tordos, los Paillamanque
raulíes nuevos.

Huilliche amor, anoche amaron más
a plena chola arboladura, a granado
cielo indio perpetuo
amáronse, amontañados
como aguas potras e como anchimallén encendidos, al alba
aloroso amáronse,
endulzándose el germen lo mesmo
que vasijas repletas de muday.






Envío a Anahí

Era madrugada y yo  
cortaba flores para ti en mis libros de poesía.   
Llovió largo sobre el mundo y en mi sueño  
se abrieron los primeros rojos brotes de poroto.  
Hacia el bosque volaron los güairaos,   
y el tue-tue cantó tres veces  
sólo para confundirme.  
Amanecí después: mariposa era el cielo,   
liebre era la tierra corriendo tras el sol.  
Te vi luego zumbando en las celdillas de la miel,   
haciendo olas en la blanca  
placenta de tu madre.  
La muerte es lo que escribe  
el agua sobre el agua, me dije contemplando  
el rocío de las hojas.  
Lloré, entonces lloré,  
sólo por el delirio de respirar tu aire. 






Cantos

Un notro es la mañana
donde habitan
los tordos.

Árboles fantasmas
en tu sombra
hay.

Honda vuela el agua
sobre el sol y el bosque.

Negra golondrina,
sales de mi sueño
y entras en la tierra
sin voltear.

Mariposas
en el cardo
que todos evitan.

Fuegos de montaña,
cenizas del sol.
Mediodía en mi
provincia.

Escribo mi poema
en las hospederías del bosque.
Los pájaros vuelan
y borran con sus cantos
lo que escribo.






Crónica de fin de invierno

               Ayer estuvo en casa un pariente del campo. Llegó borracho y sudoroso. Cojo como es, habrá andado difícil por las calles de Osorno, con el alcohol acumulado en el tobillo del pie derecho, su hueso malformado.
              Trajo la noticia de la brutal caída de caballo de su padre, tío abuelo mío por huilliche y por marido de una de las hermanastras de mi abuela.
              José Llanquilef, 89 años, carpintero, campesino, constructor de lanchas y botes, mueblista y ex dueño de un almacén y de un microbús de recorrido rural, vive por estos días sus últimos días. Ha perdido la memoria y de sus ojos se ha borrado el mundo.
               Su mujer, Zulema Huaiquipán Huenún, trajinará diminuta bajo el peso de la joroba de vejez por los pasillos del hospital de Quilacahuín.
                Pronto graznará el chonchón desde el lado siniestro de la vida.

¿Quién pide aplausos
por vivir o
por morir?
Éste,
que recibió las arrugas
y las canas
como los árboles de monte, no
murió: quedó encantado.
Su catafalco va cubierto
de crisantemos y de lirios.
Nadie lo llora en el cortejo
que avanza entre el río
y los sembrados
de papa y remolacha

Silencio de agua, polvo de murmullo.

Del Trumao de los trenes
al Cantiamo de las arvejas enormes;
del Trinidad de las manzanas
a la Barra del río Bueno:
que refloten los antiguos vapores varados
(el “Margarita”, el “Tres Palos”, el “Rahue”)
y que se embarquen todos
los que ya murieron.
Mañana
florecerán los arrayanes,
y los campos serán de las abejas,
y el muerto despertará la primera mariposa
bajo la lluvia de la eternidad.







Víctor Llanquilef empuja el bote ebrio al río de las canoas

Un coipo nada en el sol
y tú te recoges en el agua, silencioso.
Son tus orillas el berro y el junco,
y la ancha sombra de los sauces
el destino de tu sombra bajo el agua.
Un pez alza la luz sobre el remanso.
El destello es tu espíritu
que se hunde en lo profundo
                                                nuevamente.

 (De ceremonias)







En la casa de Zulema Huaiquipán

Junto al río de estos cielos
verdinegro hacia la costa,
levantamos la casa de Zulema Huaiquipán.
Hace ya tantas muertes los cimientos,
hace ya tantos hijos para el polvo
colorado del camino.
Frente al llano y el lomaje del oeste,
levantamos la mirada de mañío
de Zulema Huaiquipán.
Embrujados en sus ojos ya sin luz
construimos las paredes de su sueño.
Cada tabla de pellín huele a la niebla
que levantan los campos de la noche.
Cada umbral que mira al río y los lancheros
guarda el vuelo de peces y de pájaros.
Bajo el ojo de agua en el declive
donde duermen animales de otro mundo
terminamos las ventanas.
Y en la arena hemos hincado nuestras sombras
como estacas que sostienen la techumbre
de la casa de Zulema Huaiquipán.






Umautuli 

Evaristo Huaique yace en la cuneta del camino.
Borracho desde Osorno, dormita largo y ancho entre
los pastos y la fría neblina de noviembre.
La manta de Castilla de su padre lo protege de
los vientos veleidosos; el cuchillo de monte en la
cintura, aleja a los brujos y a los duendes del sueño
y del camino.
Duerme Huaique bajo el cielo de la noche de San Juan.
Duerme y habla en pendenciero castellano,

a los viejos animales de la sangre y del espíritu:


No hubo muerte, padre nuestro, no
hubo sangre, no
hubo peuco picoteándome los ojos,
ni un cuchillo brillándose en la noche, ni una
piedra marcándose la frente.
Un caballo hundiéndose en el agua
me nadaba los sueños
hasta el alba
y un cernícalo de aire y de oro
anidaba en mi cabeza
y en mi luz.
No hubo herida, no hubo hambre, sí silencio
en mi mano y en mi oreja izquierda, sí
mariposa roja de la tierra
negra y roja de los campos de San Juan.
Muertos hubo entre las ramas de los árboles
y en el vuelo
de los peces de laguna
y en la flor de topa topa
las abejas
se comían a una muerta dando a luz.
Esto vide, padre nuestro, no
mi muerte,
pues los sueños no son para morir.
Esto vide en los montes
de otra tierra
donde nace y muere el sol
que alumbra al sol.







Huechantü



Uno

Las estrellas giraban en el cielo
quemando como el oro
nuestro corazón.
Los bosques se aferraban a la noche
y el sol venía al mar
desde las blancas montañas de los sueños.
Pasamos por árboles que nos adormecían
con sus pétalos de moribunda luz.
El agua respiraba bajo tierra.
La luna descendía a los dominios
de los animales secretos,
enmascarados por la niebla
y el frío resplandor de las vertientes.
Nuestros caballos
se hicieron aire
y nuestros cantos
vanas raíces
en la escarcha del amanecer.
La tierra nuevamente ardía
y nuestros muertos,
boca abajo,
cubrían con sus sombras
la extensa sombra
de su corazón.







Dos

Huenchantü, Huechantü gritaron los ancianos. Se acabó la comida, Carlos Huaquipán. Ya se han ido los salmones, Albino Aguas. La tía Catalina hornea un pan oscuro en la cocina de hierro. Es aún una niña en 1930. El presidente sólo vende harina gris, papas con tizón. En todos los caminos vemos cueros de vacas faenadas por la gente, laceadas en los potreros de los gringos. Huenchantü, huechantü, el día de la crisis, el sol de la escasez. Vendrá la guerra, tío Pedro, tío José, tía Rosa. No hay manzanas en las quintas, el agua sube y pudre los últimos maíces. La gente se emborracha y se acrimina y nadie le hace cruces a los muertos en los montes. Huenchantü, huechantü. Ya no comeremos la murtilla en Quitra Quitra y Trinidad ni los dulces chupones de Quilmahue. Escucha el silencio de los campos, Abraham, ningún animalito ya nos habla. Los bosques en silencio, como piedras, los pájaros sin voz. Huechantü, huechantü. Debajo de la tierra el sol se pierde, debajo del frío remolino de las almas en pena.





Tres

Contaco río, cascada
de choroyes, sangre
de las piedras tigres,
herida del sol.

Llévanos.

Ésta es la barca transparente
que sólo podemos navegar en lo oscuro.
Éstos los remos de avellano
que se consumen en tus aguas
hasta desaparecer.
Justicia
de la corriente que nos arroja al mar,
arena el pensamiento,
espuma el amor
que moja nuestras manos
borradas por la luz del roquerío.
Que vengan las gaviotas a comernos los ojos,
los brazos y las piernas.
Justicia de los pájaros,
justicia de las aguas que se inclinan hacia el sol
por el peso de nuestras almas.

(De Reducciones)








 Puerto Trakl

(fragmentos)

Bajé a Puerto Trakl entre neblinas.
Buscaba el bar de la buena suerte
para charlar sobre la travesía.
Pero todos vigilaban la estrella polar en sus copas,
mudos como el mar frente a una isla desierta.
Salí a vagar por las calles con faroles rojos.
Las mujeres se ofrecían sin afecto, fragantes y cansadas.
“A Puerto Trakl los poetas vienen a morir”, me dijeron
sonriendo en todos los idiomas del mundo.
Yo les dejé poemas que pensaba llevar a mi tumba
como prueba de mi paso por la tierra.

“Y si vienes a morir a Puerto Trakl,
no bebas de mi vino”, dijo el tabernero.

Este bar no es la morgue de los ángeles
ni el cementerio de los fantasiosos.
Muchos hombres han cruzado el océano
por un jarro de cerveza, por una copa
de ginebra caliente.
Nadie aquí tiene patria ahora, y navegar
cansa más que la nostalgia y el amor.
Escucha, sólo escucha el estruendo del oleaje,
mientras el mirlo clama
entre las ramas y el viento.

Como un cantante de ferias y cantinas
repitiendo siempre las mismas canciones,
declamo poemas al océano.
El oleaje apaga el rumor de mi voz,
y la espuma salpica estos papeles
como un escupitajo de las rocas y el agua
a mi vanidad.
Entonces imito el gesto del cantante
cuando extiende la guitarra al público y le dice:
“no quiero aplausos, sólo monedas.
no quiero aplausos, sólo monedas.

Como una manera triste de predecir
miro el paso de las nubes sobre el puerto.
Sé que mi suerte no está
en ninguno de esos nimbos que regresan al mar
movidos apenas por el viento de la literatura.
“Profetizar me asquea” podría decir
y, sin embargo, allá va mi vida
sobrepasada por pájaros que llevan
todo el tiempo del mundo entre sus alas.



Fumando en el muelle desierto
recuerdo a mis hijos,
apenas alumbrados por el sol de este anillo.
Mi paternidad se ha ido a pique;
el mercado está desierto frente a mí.
Un corazón apátrida late en esta fuga
hacia la isla prometida.
El amor ha abierto una oscura puerta
por donde paso
                              inclinándome.



Bebimos el vodka de madame “Su”
en el hotel Melancolía.
Nos habló de sus novios,
su vejez,
y de unos gatos perdidos en el puerto.
La noche llegó desde un poema de Trakl
que ella guardaba en la memoria.
Alzamos nuestras copas y, sin prisa,
cada cual volvió a su propia
y cotidiana decadencia.



Ebrio me despide Puerto Trakl
con el alba mojando mi cabeza.
Sin dinero, sin amigos y sin reputación
vuelvo a mis antiguos días.
La pequeña mañana abre sus puertas.
Los tugurios donde beben poetas y pescadores
quedan para siempre atrás.

(De Puerto Trakl) 





Jaime Luis Huenún- Chile








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Jaime Luis Huenún

Jaime Luis Huenún Villa (Valdivia, 17 de diciembre de 1967) es un escritor mapuche huilliche chileno. Sus obras, que escribe en español, han sido distinguidas con diversos premios y figuran en varias antologías.

Aunque nació en Valdivia, en el hospital John Kennedy —su padre René Huenún era huilliche y su madre, María Luisa Villa, huinca—, se crio en la población Nueva Esperanza, de Osorno, ciudad donde hizo su enseñanza básica y media (en el colegio San Mateo), para luego ingresar a estudiar pedagogía en Castellano en el Instituto Profesional de esa ciudad. Después continuó en la Universidad de la Frontera de Temuco.
Sobre su infancia en Osorno, recordará: "Viví toda mi vida en el barrio de Francke, a pocos metros del Rahue, que es un río que aparece en mis poemas. Importante para mí fue la interacción con la gente de por ahí. Tuve la dicha y desdicha de ser parte de un entorno donde tenía la posibilidad de conversar con mucha gente. Mis padres eran dueños de un bar y yo desde pequeño lo atendí. Estaba en la calle Colo-Colo Nº 6 pero la calle cambió de nombre. Ahora se llama Chañaral. La población se llamaba Nueva Esperanza. Nació de una toma después del 73. Tenía cinco años cuando atendía el bar y fui conviviendo con las personas que llegaban a beber: trabajadores, pobladores, algunos delincuentes. El submundo que permitía conocer más de la vida".
Aficionado desde pequeño a la lectura, fue gracias a su trabajo en el bar que obtuvo su primer tesoro literario: un cliente, que era auxiliar en el colegio en el que más tarde Huenún haría la enseñanza media, solía llevarse a su casa los libros que los alumnos dejaban olvidados. Como lo veía leer, un día le propuso el trueque: los libros por unos tragos. "Llegó con una caja llena de libros: Cien años de soledad, La metamorfosis, libros de Cortázar, y otros de calidad. Yo en ese tiempo estaba en 7º u 8º básico y tuve acceso a buena parte de una literatura que me formó".
Comenzó a escribir poesía cuando era niño, pero conisdera que comenzó a hacerlo "seriamente a finales de la adolescencia, entre los 18 y los 20 años".
En 1993 se le declaró un cáncer abdominal, que curó pero que reapareció en el 2000.
Su primer poemario, Ceremonias, que pudo escribir gracias a una beca del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes, lo publicó en 1999.
Ha dirigido la revista de literatura y arte Pewma (El Sueño; 1993-2000) y Almapu y realizado talleres de expresion poética en Temuco.
En 2006 se mudó de Freire, donde residía desde 1992, a Santiago,  donde da clases de poesía indígena latinoamericana en la Universidad Diego Portales.
Huenún es autor de dos antologías de poesía mapuche: 20 poetas mapuches contemporáneos (LOM, Santiago, 2003) y La memoria iluminada. Poesía mapuche cotemporánea (Maremoto España, 2007). Ha compilado también un volumen de cuentos El pozo negro y otros relatos mapuches (Pewma, 2001), así como Los cantos ocultos (LOM, 2008) —producto del encuentro de poetas y escritores indígenas latinoamericanos que organizó entre el 24 y el 28 de octubre de 2007 y que reunió a 11 poetas indígenas de América Latina y 17 poetas mapuches y aymará de Chile— y Lof sitiado. Homenaje poético al pueblo mapuche de Chile (LOM, 2011). Ha participado en diversos festivales de escritores y sus poemas han sido traducidos a varios idiomas.
Sobre su identidad, ha dicho: "La verdad es que no puedo sentirme sino mitad huilliche, mitad huinca, porque mi madre no es indígena. Sin embargo, desde los diecinueve años estoy descifrando mi pasado, buscando las raíces. Claro que antes de todo, soy poeta"

Premios y distinciones

Beca Fondart (1996 y 1997)
Beca del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (1998)
Primer premio en el concurso El Joven Neruda 1999 (Municipalidad de Temuco) por Puerto Trakl
Premio Pablo Neruda 2003 por Puerto Trakl
Beca Guggenheim 2005

Obras

Ceremonias, Universidad de Santiago de Chile, 1999; descargable desde Memoria Chilena
Puerto Trakl, LOM, Santiago, 2001
Reducciones, crónica en prosa y en verso sobre sus orígenes en el sur de Chile; LOM, 2013