16 de febrero de 2015

DECLARACIÓN



DECLARACIÓN

Y ¿qué es la razón?
¿Qué es el amor?
¿Qué es la vida?

Walt Whitman     




Hace mucho tiempo he llegado.
Sé que vine a ser feliz (lo que palpita en
mí, me lo dice con cada pulsación.)
Estoy aquí para escuchar la canción
de las estrellas y bailar con la euritmia
del cosmos la danza de la vida, hasta
el paroxismo; aunque también puedo alcanzar
el éxtasis escuchando a Marta Gómez,
cantando en Nueva York, en “Chesky Records”,
rezumando magia, belleza, poesía y milagro con su voz
en cada canción.


No vine a ser siervo de ningún hombre,
ni esclavo de ningún amo, tampoco
dueño de  nada ni de nadie. No quiero
ser la oveja de ningún rebaño: 
no busco ser esquilado
ni que se me desuelle, 
ni que se me venda,
ni que se me sacrifique, 
ni que se me usufructúe
como a una res en el mercado, 
para bien de otros
y mal mío; por eso no aspiro a ser mártir,
ni héroe, ni patriota, ni súbdito
(no, obedeciendo como un títere, voces ajenas):
Estos siempre colman  
las fosas de los cementerios,
mientras quienes los aplauden   y los despiden,
entre ovaciones
(con elogiosos discursos ante sus   tumbas),
habitan majestuosas mansiones 
y liban caros licores
en diamantinas copas de cristal,
celebrando las victorias y 
las inmolaciones de los caídos.


¡Basta ya!
De eso ha sido suficiente en cinco mil  
catorce años
de dioses fungibles y homicidas,
algunos ya olvidados.
Dejen descansar las aras
y los puñales sacrificiales.
¡Deséchenlos! ¡Olvídenlos!


Del lobo y el león, sólo envidio su libertad,
su hermandad, su persistencia, su lealtad y su fuerza.
Deploro de los dos, la necesidad
que tienen de derramar sangre ajena
para subsistir; pero mi especie,
que siempre
se ha creído descendiente de algún dios
y merecedora de algún paraíso,
no lo ha hecho mejor
para comer su pan y beber su agua
cada  día,
y se cree bendecida por ello.
¿Qué puedo reprochar entonces?
Hasta la hiena y el chacal
 (tan abominables como son a nuestros ojos),       
tendrían más
que recriminarnos  a mí
y a los míos, que nosotros a ellos,
y esa sola verdad me avergüenza.


No soy el heredero de Caín
ni el imitador de Abel,
los dos están muertos y sepultados
y así deben quedarse: no seré yo quien
envidie y codicie el amor o el favor
ajenos y mate por ellos a otros,
buscando obtener para mí
tales bendiciones,
sean de quien sean,
y vengan de donde vengan.
Tampoco admito sobre mi vida y mi conciencia,
vigilancia, censura y supervisión
de amos y   señores, que pretendan ser mis dueños
o mis albaceas:
soy un hombre, no una marioneta
ni mucho  menos una propiedad.


Pero por otro lado tengo la vocación del pastor
y la paciencia del sembrador: lo primero
me sirve para proteger lo que amo
y evitar perderlo entre la maleza
que inevitablemente  me circunda, 
aun en medio del 
cemento y del asfalto; lo segundo para esperar a
que florezcan con el tiempo,
día tras día,
los frutos de mi esfuerzo.


Del mismo modo vivo de la caza, la pesca
y la recolección (Homo habilis, Homo faber,
 Homo sapiens, Homo sapiens sapiens);
cazo segundos,
pesco oportunidades a la velocidad
que me imponen los apresurados
números de un reloj electrónico,
y recolecto algunas ideas que otros promulgan o
 abandonan y me las apropio
o las desecho, según me       
convenzan, me decepcionen o me nutran
(no como lo haría con una camisa o
 una fruta en una tienda, por cierto.)


No me reconozco legatario de
ningún reino en este mundo,
ni en ningún otro. Tampoco lo ambiciono.
Trabajo día y noche (obrero y 
constructor de mi destino)
para cimentar un pedazo de vida
en un pedazo de tierra,                      
y no por modestia, sino porque quiero
dejarles a otros un
espacio para edificar sus castillos o sus sueños,
sin que tengan
la necesidad de declararme la guerra
en el nombre de nadie
ni de nada, por ocupar más de lo que debo
y tener más de lo que necesito.


No ansío 
ni una moneda,
no sueño con ser un cambista,
ni un acumulador de valores mercantiles,
aun sabiendo
que la riqueza es sinónima de la felicidad
en esta  tierra.
Quiero amar y ser amado, no sólo porque se
me hace necesario      
sino principalmente, porque me lo merezco:
el amor, es la más digna y plena
de todas las ganancias  
y es   el tesoro que más escasea y
menos se multiplica,
en estos mezquinos tiempos.


Me levanto diariamente a ser bueno para otros,
o al menos a intentarlo:
bueno y pródigo como el sol, la tierra,
el aire y el agua,
que están aquí para todos con su bondad y
su abundancia, y a nadie 
se le niegan desde su elementalidad.
Mi corazón no está en el comercio,
ni busco en el mercado
el corazón de nadie.
De comprar y de vender
mi conciencia nada sabe,
ni quiere saber ni aprender nada.


Jamás he pagado 
por un beso, ni por una caricia;
ni por un adiós, ni por una ofensa o
una herida; pobre de mí, si
alguna vez tengo que hacerlo.
No he prostituido ni siquiera la palabra
para cambiarla, avaramente, por una sonrisa o un
agradecimiento, o un premio,
o una recompensa, o un aplauso.
No conozco de precios ni de bienes
negociables, a tan poca cosa no
me he reducido aún (pero
mentiría si no admitiera que existe
el riesgo.)        


Soy de los que pateo jubiloso, las
macetas de los jardines
donde se ofrece y se multiplica la postiza
belleza de las flores artificiales,
y abofeteo, impertérrito, las
siempre  sonrientes
máscaras de los farsantes, 
que lucen en sus gestos 
la acartonada amabilidad de los bufones:
esto lo hago para enterar, a esa,
la despreciable, la mendaz
la pertinaz, la voraz, la insaciable,
la inmisericorde,  la ruin,
la inmarcesible estirpe de los
embaucadores, que
ser poeta no es una forma de ser idiota.


Igualmente me meo, exultante y dadivoso, 
en las puertas de cada Paraíso o cada 
Infierno que  prometen o advierten
para mí, en cada uno de sus templos,
los proverbiales mercaderes
de la salvación y  la condena:
a esto recurro para dejarles claro a tales
buhoneros, lo que opino sobre su
antiguo y rentable negocio (teatreros  
de una misma farsa; propugnadores, 
de una misma estupidez.)


Yo vine a ser feliz, ya lo dije,
pero se me hace necesario repetirlo,
pues no vine a hacer feliz a nadie ni a nada,
antes que a mí
mismo: mal podría darle a otros
lo que para mí no consigo, mal podría darle a otros
aquello de lo que carezco:
no haré  feliz a una
mujer, a una familia, a una sociedad
a una cofradía, a una iglesia o a un partido,
a costa de mi sacrificio ni del sacrificio de nadie.


Además, me cuesta mucho ser feliz
en este mundo injusto y miserable, 
donde ni siquiera los niños
logran  una mínima ración de felicidad para sus vidas:
¿Hay algo más fácil y más barato
 de conseguir que
 la felicidad de un niño? 
¿Hay  aquí, sin embargo, alegría más escasa
que la de los niños?
¿Hay, acaso, tristeza más imperdonable?                                          


Mi felicidad, pues,
no reclama como precio la infelicidad de nadie.
Esto es preciso aclarárselo
a un mundo que
dice ser un mercado y a un mercado
que cree ser un mundo:
y he aquí, que mi poesía
en el rentable campo de la oferta y   la demanda,
habrá de ser sólo uno
de los tantos géneros de mercancía, y
yo, un simple proveedor de especies
consumibles y banales.


No soy el agua de todos los ríos,
ni la sal de todos los mares.
Bien pueden ignorarme o despreciarme:
no estoy aquí para ser reconocido
o necesitado.
No por eso dejo de agradecerles a
quienes me buscan y me toman
como lo inamisible,
a la orilla de sus caminos,
dando sus pasos hacia mí
generosamente, como si yo fuera
un manantial o un árbol:
¡Gracias! eso les digo,
pero incluso con estos, cumplo el deber
impostergable de enseñarles a vivir sin mí,
a ser felices y plenos sin tenerme
entre sus bienes
terrenales; aunque me ofrezcan
como un derrotero,
su alma, su libertad, sus sueños,
para que yo tome posesión
de ellos.


No soy un banquero
ni un conquistador, ni un colonizador
de tierras o de gentes;
tampoco un esclavista 
ni un  simple mercader.
No soy capaz de ofender tanto a mis congéneres
ni a mí mismo, siendo tan repugnantes e infames cosas.


Más allá de quien soy,
mi nombre es paz y mi apellido es luz,
aún en estos sombríos  tiempos 
de guerras y  miserias,
a pesar del dolor y de la muerte,
así me llamo. No vayan a creer por
eso que pueden
atropellarme: la paz puede ser una
muralla indestructible
y la luz una flama incendiaria.
Nada debe ser más
fuerte e invencible que la paz y la luz,
salvo que se quiera que los asesinos y los
conspiradores las abatan a cuchilladas o a balazos,
y conviertan en mártires inútiles,
a quienes las buscan con denuedo.
Yo no aspiro a tan poco.


Ser bueno no es una forma legítima
de ser estúpido; no obstante que hallan quienes
crean que sí y hagan un dogma de eso;
predicando la santidad para otros,
en tanto ellos se lucran del buen negocio
de ser mundanamente humanos
en esta pobre tierra de aspirantes a santos;
fariseos  de libro en mano, pies en la tierra
 y mirada al cielo; mercachifles   de la
desesperanza y el miedo;
vendedores funambulescos de vida eterna
 y   de futuros perfectos, quienes  columbran 
con sus ojos de águilas rapaces  las alturas:
escudriñando entre las nubes
las hectáreas del prometido firmamento, 
que aún les quedan
por ofrecer a los creyentes de cada fe y  de cada dios,
a cambio de un diezmo (diezmo que es el costo
de la fe tasada en terrenales y precisas medidas de oro y  plata.)


Así que ya se sabe que la fe, cualquiera que esta sea,
también hace parte de las reservas bancarias, 
tan infinitas como un dios e igual de
omnímodas, omnipotentes y omnipresentes en cada rincón
de este convulsionado mundo: 
benditos sean la Reserva Federal y
Fort Knox, por ello; benditos sean los plurales dioses 
de los santos y bendecidos especuladores del metal. 


Sobre la faz de este joven planeta,
el hambre, la miseria,
la enfermedad, la guerra y la muerte,
proliferan desde hace  siglos, 
como una misma lepra genocida 
que carcome, bajo el cielo de los olvidados,
a un mundo al que le
sobran los profetas, las fes, los creyentes;
los templos
y los libros sagrados.


La nueva noticia, la “buena nueva”, es
que en nuestra oprobiosa era,
al lado de Cristo,
de Mahoma, del Buda, de Zoroastro 
(y del Mesías aún esperado),
se estrenan los nuevos iluminados, los nuevos augures:
los nuevos “sacerdotes” recientemente
iniciados en el “nuevo culto”
a la tecnología y al progreso, los cuales
saben ser (según sus melifluas y seductoras palabras),
dioses más complacientes, predecibles
y generosos: Ellos traen las nuevas fórmulas,
ellos señalan el nuevo y único camino para salir ahora,
de la pecaminosa y vil
oscuridad del subdesarrollo
y su averno de pobreza y   frustración.


¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Habrá otra vez un mañana 
en el que todos seremos salvos. 
Una vez más se  asoma en el ensombrecido  horizonte
(con su  fulgor de estrella señalada),
la promesa
de un nuevo amanecer:
sólo hay que volver a esperar 
por ese maravilloso día.
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!


Ninguno de tales prebostes, sea cual sea,
se ocupa de dar algo más que mendrugos de
la mesa de la abundancia, a
quienes les sirven y
les pagan el banquete:
el petróleo, la mentira, 
el crimen; el silencio, 
la indiferencia de los cómplices;
la infamia, la barbarie y la guerra,
son industrias más rentables que la verdad y la paz
en la Bolsa de Valores de Nueva York.


Por eso Angola, El Congo,
Nigeria, Sudán, Camboya, Vietnam, Yugoslavia,
Iraq, Afganistán, El Salvador;
Nicaragua, Colombia, Siria, Palestina
y Ucrania, se ahilan, sobre  el espacio y el tiempo, 
en la sangrienta lista del cristiano
dios de la guerra que mora, copula, gobierna, 
orina, defeca y medra (como cualquier otro fulano);
pero en su blanco y poderoso  Olimpo de Washington D.C.
desde donde otea y administra al mundo como una
pletórica pecera, de la cual se provee, se alimenta y se lucra
(haciendo eternamente  gala de sus  viejas y sucias
tácticas de conspirador, ladrón y  homicida.)


Y este dios de la sangre y de la muerte,
este dios de la codicia y  la miseria,
este dios cuando celebra  su bélica apoteosis,
siempre canta, salta y baila,
al ritmo que le imponen los ocultos y  tenebrosos 
dueños de él y de  su fiesta.


Así que, no: no vine a temer,
ni a huir, ni a reconocer o a pagar deudas
atávicas ni en el cielo ni en la tierra.
Llegué aquí desnudo, solo y libre
 —sin deberle a nadie ni un dólar ni un pecado
y sin una sola atadura—,
y cuando parta a mi último viaje
volveré a estar igual, no importa cuan
vestido me vea ni cuan acompañado me halle:
tan desnudo estaré
que nada de lo que me cubra
será capaz de librar a mi cuerpo del frío
que ha de embargar a cada una de
mis células muertas; pero esa vez
(a diferencia del primero de mis días
bajo la luz de este mundo),
no podré llorar para protestar,
ni para reclamar abrigo alguno.


Y tan solo estaré
que nadie se enterrará conmigo
o arderá conmigo, en el fuego en el
que mis restos se incineren,
sólo para hacerme
compañía, por más que me haya amado
o querido; y eso es “justo y necesario”
porque la vida es amor y al amor sólo
renuncian los desahuciados, 
los  abandonados de  toda   esperanza.


Muerto seguiré teniendo nada
por más que vivo lo haya tenido todo.
Muerto volveré a estar solo
como la primera vez,
por más que me rodeen los amigos y los camaradas.
Muerto me libraré al fin de todas las cadenas
a las que yo mismo me haya sometido,
o a las que me haya dejado someter por otros,
en  nombre del amor y de la vida.
¿Hay acaso otras verdades en la muerte?
¿Hay acaso otras verdades para la vida?


Dicho todo  lo anterior y hechas las
respectivas y públicas consideraciones,
declaro como ciudadano de este mundo, lo siguiente:


PRIMERO:


Como ya lo han dicho otros, yo lo repito:
salvo el dios de la guerra,
todos los demás dioses están muertos. De sus
primitivos  y pútridos cadáveres viven hoy sólo 
los sacerdotes, los monarcas,
los estadistas de la civilidad; los dictadores, 
los guerreros y los negociantes;
parásitos estos de la buena fe de la humanidad.


No tengo las entrañas ni la sangre de la
víctima que el perenne altar de los sacrificadores
reclama. Bien pueden ellos tomar mi lugar
si tan   apremiados están por conseguir gloria, 
vida eterna, nirvanas, paraísos o un préstamo 
con el Fondo Monetario.

No cuenten conmigo para morir por sus deudas.
No cuenten conmigo para morir por sus ambiciones.
No cuenten conmigo para ver que alguien más lo haga.
No creo en salvadores bien intencionados en un mundo
que es una permanente catástrofe, en  donde cada cual 
sólo   quiere salvarse a sí mismo.

                                                                                                     
SEGUNDO:

Cada tramo de tierra que piso ahora, me
preocupa más que un pie del suelo de venideros mundos,
que necesiten ser abonados con mi  ciega  
y dócil credulidad, y con mi sufrimiento,
y mi inopia y mi hambre y mi muerte 
y mi sacrificio, o el de mis semejantes. 


TERCERO:

Conozco criaturas aquí  a quienes les  urge
recibir mi auxilio, mi compasión y mi generosidad
 (tan limitados como son a pesar mío),
 y ni ellas ni yo, podemos
esperar ni un segundo, pues como  la débil llama
de una cerilla en la más fría, desolada
y tormentosa de las noches, un leve soplo
de aire nos puede apagar y entonces  yo  me quedaré 
sin dar de mí lo que tengo,
y ellas se quedarán sin recibir de mí lo que necesitan.


Por eso es hoy, es ya, cuando debo entregar, aquello de
cuanto dispongo en el caudal de mi corazón, a falta de riquezas
en mis bolsillos. Por eso es hoy, es ya, cuando yo mismo
preciso del milagro de una sonrisa o
de un poco de justicia,
por escasa que esta sea en el  corazón humano.


CUARTO:

No necesito ver a los muertos resucitar
ni a los enfermos sanar porque un dios lo diga.
Tampoco quiero saber, cómo en una época lejana,
alguien multiplicó peces y panes para saciar el hambre ajena,
o transmutó agua en vino para calmar la sed
de unos comensales:
con que cada uno de los niños de este mundo
sonrían y puedan dormir tranquilos hoy,
porque quienes los aman, y a quienes les importan,
tienen como calmarles su hambre 
 su sed y su frío, hoy, a mí me eso basta como milagro.
Cualquier otra cosa es circo y promesa vana.


QUINTO:

Estoy harto de califas, 
de profetas, de  papas, 
de patriarcas, de popes, 
de imanes, de dalais;
de rabinos, de lamas, de derviches, 
de clérigos; de acuciosos “pastores 
de almas y de hombres”;
de gurús, de iluminados
de salvadores;
de vendedores de ilusiones,
de vendehúmos  de todas las especies
(habidas y por haber),
que enfilan y precisan, para sus greyes,
creyentes y   seguidores.


Estoy harto de políticos, 
de líderes, de caudillos; 
de reyes, de príncipes, 
de jeques, de emires, 
de generales con sus  ejércitos; de negociantes, 
de fabricantes y de potentados que
requieren tras de sí: partidarios, súbditos,
soldados y compradores.


Estoy harto
de estrellas del deporte y de la ciencia;
de astros de la música y del arte;
de luminarias del cine y la televisión;
de "reinas de belleza” y de  "modelos" 
del glamour  y  la frivolidad 
(producidos industrialmente 
como entes  vacíos),
los cuales  reclaman, para engrosar sus séquitos,
amantes y admiradores.


Estoy harto de templos, 
de estadios, 
de teatros, 
de plazas,
de pistas, 
de campos para multitudes expectantes,
y de pantallas que convocan con sus luces artificiales,
una tras otra, a generaciones de meros espectadores.

Estoy harto de cruzadas, 
de batallas,
de gestas épicas y gloriosas,
que exigen partícipes y auspiciadores.

Estoy harto, en resumen,
del abyecto espectáculo
de ustedes,
la feraz y feroz estirpe de los embaucadores.

Y ya que no puedo mandarlos a la mierda
porque allí  hace bastante tiempo están   ustedes,
pues es de ahí de donde vienen, a juzgar por
lo mucho que disfrutan y prosperan  
en la porquería, 
que se multiplica geométricamente
en este dolido planeta;
les pido, por favor: quédense donde están,
terminen de pudrirse lejos de mí,
y a mí, déjenme en paz. 


SEXTO:

Pero si establecido lo anterior, 
insisten en llamarme, en convocarme
para convertirme en su cliente,
en su colaborador, en su siervo, 
en su servidor, en su partidario, 
en su correligionario.
Es decir, si tan poderosos como
son o creen ser, me necesitan;
necesitan de mí, de mi aquiescencia y de mi trabajo:
Entonces (sí, de nuevo “entonces”)
les digo simplemente que no,
que prefiero seguir siendo el dueño de mi libertad,
para continuar escuchando la canción
de las estrellas y bailando con la euritmia
del cosmos la danza de la vida,
y alcanzando el éxtasis con la sublime voz de Marta Gómez,
cantando en Nueva York en “Chesky Records”.

Me importa un bledo si eso es o no, lo que ustedes esperan de mí.

Esto es cuanto tenía por decir.


Santiago de Cali, septiembre 21 de 2014.






Jorge Lineya- Colombia











.

2 comentarios:

Elreinodeldragon dijo...

ESTE POEMA FUE VETADO Y CENSURADO POR BLOGGER DE GOOGLE POR SU TEXTO, DESDE EL 10 DE FEBRERO DE 2015 CUANDO SE ME IMPIDIÓ PUBLICARLO,MUCHO ANTES DE QUE ENTRARAN EN VIGENCIA SUS "NUEVAS , REPRESIVAS Y SÚBITAS REGLAS SOBRE PUBLICACIÓN DE CONTENIDOS EN BLOGGER", ESTE 23 DE FEBRERO PASADO. AL PARECER BAJO LA ÓPTICA NORTEAMERICANA, SE PUEDE CRITICAR A DIOS, A ALÁ,AL PAPA,AL MUNDO CATÓLICO, AL MUNDO MUSULMÁN (COMO LO HACE CHARLIE HEBDO TAN "HEROICAMENTE"); PERO JAMÁS SE PUEDE CRITICAR AL TODOPODEROSO GOBIERNO ESTADOUNIDENSE

Vanessa Alle dijo...

Dentro de poco, si entiendes las alianzas que ultimadas, se dejan entrever...tampoco podrás criticar a los que mencionas en tu comentario... A ninguna "cúpula"; ni norteamericana, ni romana...Sólo, haz uso de tu paciencia, luego el derecho a profesar libre religión o ateísmo, ya no será parte dela carta de derechos...Sólo sigue las migas de pan...
Saludos.